martes, 1 de octubre de 2013

MONOGRAFÍA: " VIOLENCIA MASCULINA"


ÍNDICE

CAPITULO I : VIOLENCIA MASCULINA

1. PREJUICIO CONTRA LAS MUJERES
    1.1 ESTEREOTIPOS DE GÉNERO
    1.2 ACTITUDES DE GÉNERO

2 VIOLENCIA:
    2.1 DEFINICIÓN
    2.2 SITUACIONES
          2.2.1 EN LA PAREJA
          2.2.1 EN EL NOVIAZGO
          2.2.3 EN LA CONVIVENCIA
    2.3 TIPOS DE VIOLENCIA
          2.3.1 DOMESTICA
          2.3.2 SEXUAL

3. CARACTERÍSTICAS DE LOS HOMBRES VIOLENTOS
    3.1 LAS SIETE P's DE LA VIOLENCIA DE LOS HOMBRES
          3.1.1 PODER PATRIARCAL
          3.1.2 PERCEPCIÓN DE DERECHO A LOS PRIVILEGIOS
          3.1.3 PERMISO
          3.1.4 PARADOJA DEL PODER DE LOS HOMBRES
          3.1.5 PSIQUIS DE LA PERSONALIDAD
          3.1.6 PRESIÓN DE LA MASCULINIDAD
          3.1.7 PASADAS EXPERIENCIAS
    3.2 MASCULINIDAD Y SUS PRACTICAS DOMINANTES
    3.3 MICROMACHISMO

CAPÍTULO II : PREVENCIÓN Y ESTRATEGIAS  
           
1. PREVENCIÓN DE VIOLENCIA MASCULINA
          
2. ESTRATEGIAS PARA TERMINAR CON LA VIOLENCIA MASCULINA

CONCLUSIONES

MARCO TEÓRICO 

1.1 PREJUICIO CONTRA LAS MUJERES
El papel que tradicionalmente han desempeñado hombres y mujeres en nuestra sociedad viene experimentando una importante y desigual transformación. El cambio es especialmente visible y significativo en el caso de las mujeres. Su mayor participación en el mercado laboral; su acceso a todos los niveles educativos; una mayor presencia en la formación y en la cultura y, en menor medida, en los ámbitos de poder y toma de decisiones, están generando unos cambios sociales favorables para el avance de nuestra sociedad hacia la igualdad de mujeres y hombres; cambios que no hubieran sido posibles sin la aportación fundamental de los movimientos feministas y sin el esfuerzo de todas aquellas mujeres que desde el anonimato han trabajado a favor de los derechos del conjunto de las mujeres.
Sin embargo, los datos sobre el mercado laboral, la participación sociopolítica, la realización del trabajo doméstico, la violencia contra las mujeres o la feminización de la pobreza siguen siendo el reflejo de una sociedad desigual y muestran la existencia de una jerarquización en las relaciones y la posición social de los hombres y las mujeres. Esta situación tiene su origen en los estereotipos y patrones socioculturales de conducta en función del sexo que asignan a las mujeres la responsabilidad del ámbito doméstico y a los hombres la del ámbito público, basándose en una muy desigual valoración y reconocimiento económico y social.
La falta de concienciación e implicación, la evasión y en ocasiones el rechazo de los hombres a las cuestiones relacionadas con la igualdad han venido a suponer un lastre en los avances tanto sociales como personales de las mujeres, de los hombres y de la sociedad en su conjunto, así como una limitación difícilmente salvable para las políticas públicas de igualdad.
Existen razones políticas, ideológicas y éticas que llevan a la sociedad a esperar, demandar y apoyar que muchos hombres opten por actitudes, posicionamientos y prácticas más igualitarias. Estas razones tienen que ver con el hecho de que la igualdad es un valor de convivencia y un derecho humano.
Un mismo comportamiento es valorado de forma diferenciada partiendo del sexo de su protagonista. Pero también se educa en potenciar determinadas capacidades de forma distinta. Se corrige así a un niño “demasiado delicado” ya que se aleja del modelo de fortaleza que se asigna al estereotipo masculino.
Hay que tener en cuenta que no se trata de reflexiones conscientes ni creaciones individuales, sino que son el resultante del proceso de socialización sexista, que viene a “naturalizar” los estereotipos de género que al ser creados, compartidos y apoyados por la maquinaria simbólica y estructural de los modelos dominantes, son invisibilizados.
De este modo, a través de la socialización sexista, se logra un alto grado de homogeneidad en cuanto a los comportamientos, inquietudes, sentimientos, formas de relacionarse o expectativas de futuro. Todo esto configura un entramado simbólico y funcional de expectativas e imágenes sociales del “deber ser”, que forma todo un sistema de referencias en el que nos apoyamos para poder construirnos, ya sea acomodándonos o resistiéndonos.
Este “deber ser” son los roles de género, que se definen como un conjunto de normas de comportamiento percibidas, un conjunto de papeles y expectativas, asociados particular
mente como masculinas o femeninas, en un grupo o sistema social determinado. De este modo, a los hombres se les asocia al rol masculino, un rol prestigiado socialmente y relacionado con el ámbito público. Se espera de ellos que sean fuertes, activos, independientes, valientes. Mientras, a las mujeres se les asocia al rol femenino, un rol poco prestigiado y relacionado con el ámbito privado, las tareas del hogar o el cuidado. Se espera de ellas que sean sentimentales, pasivas, dependientes, temerosas.
1.1.1 ESTEREOTIPOS DE GÉNERO
El sexo es una categoría asociada a características biológicas que tienen las personas. De este modo, se establece la división hembra-macho, unas categorías deterministas que no cambian a través del tiempo ni de las culturas.
El género, sin embargo, es una categoría construida social y culturalmente, que viene a definir qué se entiende en cada sociedad y cultura por femenino y masculino. Por tanto, delimita qué valores, conductas y expectativas deben ser propias de los hombres y cuáles propias de las mujeres en ese contexto determinado. Lo femenino y lo masculino se aprende y, por lo tanto, se puede modificar. El género explicaría en nuestra sociedad las desigualdades entre los hombres y las mujeres.
A ser hombre o mujer, niño o niña, se aprende, y esa definición está condicionada incluso antes del nacimiento (cuando se eligen los nombres, se decoran las habitaciones, se compra la ropa…). Los seres humanos están obligados a aprender para ser lo que son, y el aprendizaje de género es una de las más importantes y primeras lecciones que nos enseñan la familia, la escuela, las distintas religiones y la sociedad en la que vivimos. Tal es la importancia de este aprendizaje que sobre él se construyen rasgos fundamentales de la identidad personal. A este proceso de interiorizar, comprender y aceptar las normas y valores colectivos que rigen la convivencia, le llamamos socialización. La eficacia de este proceso reside en que la exigencia de cumplir las mismas es universal (para todas las personas) pero diferenciada y matizada en base a una concepción sexista de la construcción social. Así pues, se premia a quienes cumplen las normas establecidas y se castiga o excluye a quienes no lo hacen.
De este modo, las niñas y los niños son transformados en mujeres y hombres a través de un proceso de socialización que se encarga de fomentar las actitudes que se consideran adecuadas para cada sexo, o bien, de reprimir aquellas que no se ajustan a los roles y estereotipos establecidos.
Este proceso no afecta por igual a todas las personas, no se reproducen los modelos exactos, pero se generan pautas de comportamientos mayoritarios o hegemónicos que tienden a reproducir los estereotipos atribuidos a lo masculino y femenino.
En la sociedad y la cultura en la que vivimos, la socialización acarrea unas serias consecuencias para la vida de las mujeres y los hombres. El sexismo es un limitador natural que reduce las posibilidades de las personas para desarrollar sus capacidades y, por tanto, supone un lastre para la libertad individual y colectiva. La socialización sexista en un sistema patriarcal discrimina y oprime a las mujeres, al mismo tiempo que limita a los hombres.
1.2 VIOLENCIA
1.2.1 DEFINICIÓN DE VIOLENCIA
La violencia es el tipo de interacción humana que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada, aprendida o imitada, que provocan o amenazan con hacer daño o sometimiento grave (físico, sexual o psicológico) a un individuo o una colectividad y que según  Galtung (1995) “los afectan de tal manera que limitan sus potencialidades presentes o las futuras.”[1]
El elemento esencial en la violencia es el daño, tanto físico como psicológico. Este puede manifestarse de múltiples maneras (por ejemplo, los estímulos nocivos de los que depende) y asociado igualmente, a variadas formas de destrucción: lesiones físicas, humillaciones, amenazas, rechazo, etc.
Es destacable también el daño (en forma de desconfianza o miedo) sobre el que se construyen las relaciones interpersonales, pues está en el origen de los problemas en las relaciones grupales, bajo formas como la polarización, el resentimiento, el odio, etc., que, a su vez, perjudica las redes sociales y de comunidad.
Otro aspecto de la violencia que hay que tener en cuenta es que no necesariamente se trata de algo consumado y confirmado; la violencia puede manifestarse también como una amenaza sostenida y duradera, causante de daños psicológicos quienes la padecen y con repercusiones negativas en la sociedad.
En otro orden de cosas, cuando la violencia es la expresión contingente de algún conflicto social puede darse de manera espontánea, sin una planificación previa minuciosa.
La violencia puede además ser justa o injusta; legítima o ilegítima; encubierta o abierta; estructural o individual.
Es un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres, y se asocia, aunque no necesariamente, con la agresión física, ya que también puede ser psicológica, emocional o política, a través de amenazas, ofensas o acciones. Algunas formas de violencia son sancionadas por la ley o por la sociedad, otras son crímenes. Distintas sociedades aplican diversos estándares en cuanto a las formas de violencia que son o no son aceptadas.
Por norma general, se considera violenta a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a quien pese, y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta, sin ningún ejercicio de la empatía. Todo lo que viola lo razonable es susceptible de ser catalogado como violento si se impone por la fuerza.
Existen varios tipos de violencia, incluyendo el abuso físico, el abuso psíquico y el abuso sexual. Sus causas pueden variar, las cuales dependen de diferentes condiciones, como las situaciones graves e insoportables en la vida del individuo, la falta de responsabilidad por parte de los padres, la presión del grupo al que pertenece el individuo (lo cual es muy común en las escuelas) y el resultado de no poder distinguir entre la realidad y la fantasía.
Según Galtung (2003) “la violencia es como un iceberg, de modo que la violencia visible es solo una pequeña parte del conflicto. Solucionarlo supone actuar en todos los tipos de violencia”[2]
La violencia como fenómeno social se encuentra ligada a la construcción de la identidad masculina en nuestra sociedad. Forma parte del proceso de socialización masculina en mucha mayor medida que en la de las mujeres. Y a pesar de que la violencia física en nuestra sociedad cada vez tiene menos legitimidad, nos encontramos con que persiste su utilización por parte de bastantes hombres.
La violencia es utilizada por algunos hombres contra las mujeres y también, aunque adopte otras formas, como medio de resolver conflictos con otros hombres. En ocasiones, incluso se emplea contra uno mismo. Así pues, algunos hombres ejercen la violencia por entenderla como una herramienta eficaz y legítima para resolver los conflictos, pero también la padecen. Aunque, claro está, la violencia entre hombres no cuenta con los condicionantes socioculturales con que se define la violencia contra las mujeres.
1.2.2 Algunos mitos sobre la violencia contra las mujeres
Existen una serie mitos o ideas deformadas, no probadas y extendidas socialmente en relación a la violencia machista. Se tiende a pensar que sólo un cierto tipo de hombres abusa de sus parejas, mientras que la realidad demuestra que no existe un maltratador típico, y que la edad, la constitución física, la situación social, la religión o el temperamento, no son factores determinantes Se puede hablar de aquellos rasgos mayoritarios o más comunes que la mayoría de los estudios aportan sobre lo que caracterizaría a una parte significativa de los hombres que maltratan.
También se suele afirmar que los maltratadores son enfermos mentales, pero este factor solo afectaría a una minoría de ellos2, mientras que está probado que no se da una relación causa efecto entre la enfermedad mental y la violencia contra las mujeres. A pesar de que algunos maltratadores consumen alcohol y otras drogas3, esto sólo actúa como un factor de riesgo y no como justificación o explicación de la violencia. De hecho, un gran número de hombres violentos atacan a sus parejas cuando están sobrios. Otro mito tiene que ver con la naturaleza “impulsiva” e incontrolada de los hombres que ejercen la violencia cuando, en realidad, la mayor parte de los hombres que abusan de sus parejas no son violentos en otros ámbitos de su vida. Es más, un porcentaje amplio de los hombres maltratadores sólo son violentos en el ámbito familiar4, y presentan la tendencia de considerar que la violencia es legítima a la hora de resolver los conflictos.
La cultura de la desigualdad entre mujeres y hombres está directamente relacionada con el control de la otra persona que ejercen los hombres maltratadores.
Otros factores de riesgo son determinados rasgos psicosociales que presentan algunos hombres, como las dificultades para enfrentar situaciones conflictivas de forma adecuada, sobre todo cuando son de índole personal, o tener poca o nula capacidad para comunicar sus sentimientos y hablar de sus problemas afectivos. El autoritarismo también tiende a ocultar una fuerte inseguridad personal y su correspondiente dependencia emocional, así como a desarrollar actitudes de control, vigilancia y celos hacia su pareja.
Como señala Rubén Mejía, “la masculinidad típica es un modelo inalcanzable, una fuente de frustraciones aislamiento y desconocimiento que lleva al varón a tener que andar demostrándose, por ejemplo, a través de comportamientos arriesgados o de la complicidad…Esto ocurre porque se siguen experimentando sentimientos que no se pueden ni reprimir ni dominar y, a menudo, ni siquiera identificar”.
1.2.2 SITUACIONES
1.2.2.1 EN EL NOVIAZGO
Cuando un hombre encuentra a una mujer, esconde su machismo y muchas de sus debilidades y problemas, y muestran una personalidad muy diferente a la que realmente tiene. Para èl, el amor es adaptarse a los parámetros sociales que tienen que jugar èl mismo y la mujer.
La violencia contra la pareja no empieza en el momento en que decide golpearla, sino desde que la controla y le miente para que se convierta en su pareja. Para èl es muy importante que acepte ser “suya”, porque esto reafirma su masculinidad ante si mismo y ante la sociedad.
La relación llega a un punto en que tiene que avanzar con las normas sociales, entonces se casan, se unen o se separan. El casamiento es la transición más grande de la relación. Una vez que la pareja ha aceptado “ser de él” puede empezar a imponer abiertamente su papel autoritario. El hombre considera que casarse es su oportunidad para poner en práctica el padre-jefe de la casa.
El control y dominio se lleva a cabo para asegurarse que el hombre va a tener el control de la relación, un hombre es el que tiene dominio, mando, fiscalizar e intervenir para regular las acciones o conductas de otras personas y de èl mismo.
Constantemente tiene que comprobar que èl es quien controla y que es hombre.
Este control, se divide en:
-     En primer lugar, el concepto de las tareas y responsabilidades que el hombre espera de ella.
-      El segundo, es hacerle saber a la mujer lo que èl espera de ella.
-      La tercera, el control es coercionar a la mujer.
La autoridad va unida a su deseo de controlar. Necesita tenerlo, tiene como fin asegurarse de que la pareja será “una buena mujer”. El objetivo no es solo una forma de crearse una imagen de sì mismo, sino usar también los recursos de la mujer.
Cuando el hombre se cree la autoridad tiene que ser violento y denigrar a la mujer para mantenerse como superior.
El objetivo final es usar los recursos físicos, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales de la mujer para probarse que es superior y a la vez esquivar tareas que no quiere hacer.
Necesita asegurarse de obtener beneficios de esa posición y esto lo hace al obtener servicios de su pareja. Son actos que la mujer realiza para satisfacer las asignaciones que el hombre le impone. Pues la ejecución de sus órdenes refuerza su creencia de superioridad.
-          Primer servicio: confirmar que el hombre es la autoridad y ella es subordinada.
-          Segundo servicio: que el hombre demanda de su pareja es que sea exclusivamente una posesión de èl. (celos)
-          Tercer servicio: la mujer acepta aportar sus recursos para beneficio del hombre.
Todo organismo necesita aprender y desarrollar conductas de equilibrio que le permitan sobrevivir en el ambiente. La masculinidad es entonces un mecanismo de regulación social que ignora las necesidades del individuo y de su medio ambiente.
Cuando la mujer intenta separarse del hombre violento, es cuando más riesgo corre. El hombre solo sabe ser competitivo, y cuando tiene que relacionarse de otra manera no sabe qué hacer.
Es así cuando el hombre gasta toda su energía tratando de poner en práctica las expectativas sociales de superioridad, pero termina suprimiendo sus reguladores ecológicos.
El riesgo fatal es el momento en que su superioridad ya no le funciona y se encuentra en una situación desesperada y cree estar al borde de la muerte.
En primer lugar pierde su identidad, que está basada en la capacidad de controlar a su pareja. En ese momento el hombre siente que tiene que luchar para recuperar su identidad de superior, su supervivencia y control, y lo hace de manera violenta.
El riesgo fatal no es solo una idea. El cuerpo responde como si el hombre se encontrara en una situación totalmente desesperada, ante todas estas señales el hombre puede detenerse y tomar la decisión de no ser violento.
1.2.2.3 EN LA CONVIVENCIA
Para ser violento, el hombre tiene que acercarse a la mujer, y esto ya es violencia. Existen dos formas; la de contacto directo y violencia alrededor.
Contacto directo: desde tocar a la pareja, escupirla, echarle agua, golpearla, empujarla, jalarla, dispararle, etc.
Violencia alrededor: consiste en hacer algo cerca de la pareja para amenazarla.
Una vez que utiliza la violencia pata doblegar a la mujer, comprueba que es superior y detiene su violencia cuando ha obtenido lo que quería.
Cuando el hombre se cree la autoridad tiene que ser violento y denigrar a la mujer para mantenerse como superior.
El objetivo final es usar los recursos físicos, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales de la mujer para probarse que es superior y a la vez esquivar tareas que no quiere hacer.
Necesita asegurarse de obtener beneficios de esa posición y esto lo hace al obtener servicios de su pareja. Son actos que la mujer realiza para satisfacer las asignaciones que el hombre le impone. Pues la ejecución de sus órdenes refuerza su creencia de superioridad.
-          Primer servicio: confirmar que el hombre es la autoridad y ella es subordinada.
-          Segundo servicio: que el hombre demanda de su pareja es que sea exclusivamente una posesión de èl. (celos)
-          Tercer servicio: la mujer acepta aportar sus recursos para beneficio del hombre.
Todo organismo necesita aprender y desarrollar conductas de equilibrio que le permitan sobrevivir en el ambiente. La masculinidad es entonces un mecanismo de regulación social que ignora las necesidades del individuo y de su medio ambiente.
Cuando la mujer intenta separarse del hombre violento, es cuando más riesgo corre. El hombre solo sabe ser competitivo, y cuando tiene que relacionarse de otra manera no sabe qué hacer.
Es así cuando el hombre gasta toda su energía tratando de poner en práctica las expectativas sociales de superioridad, pero termina suprimiendo sus reguladores ecológicos.
El riesgo fatal es el momento en que su superioridad ya no le funciona y se encuentra en una situación desesperada y cree estar al borde de la muerte.
En primer lugar pierde su identidad, que está basada en la capacidad de controlar a su pareja. En ese momento el hombre siente que tiene que luchar para recuperar su identidad de superior, su supervivencia y control, y lo hace de manera violenta.
El riesgo fatal no es solo una idea. El cuerpo responde como si el hombre se encontrara en una situación totalmente desesperada, ante todas estas señales el hombre puede detenerse y tomar la decisión de no ser violento.
1.2.3 TIPOS DE VIOLENCIA
1.2.3.1 DOMÉSTICA

1. 2.3.2 SEXUAL
      
1.3. CARACTERÍSTICAS DE LOS HOMBRES VIOLENTOS
1.3.1 LAS SIETE P's DE LA VIOLENCIA DE LOS HOMBRES
1.3.1.1 PODER PATRIARCAL       
Los actos individuales de violencia de los hombres ocurren dentro de lo que Kaufman, M. (1999) describe como "la tríada de la violencia de los hombres"[3]. La violencia de los hombres contra las mujeres no ocurre en aislamiento, sino que está vinculada a la violencia de los hombres contra otros hombres y a la interiorización de la violencia; es decir, la violencia de un hombre contra sí mismo. De hecho, las sociedades dominadas por hombres no se basan solamente en una jerarquía de hombres sobre las mujeres, sino de algunos hombres sobre otros hombres. La violencia o la amenaza de violencia entre hombres es un mecanismo utilizado desde la niñez para establecer ese orden jerárquico.
Un resultado de ello es que los hombres "interiorizan" la violencia — o quizás sea que las demandas de la sociedad patriarcal estimulan instintos biológicos que, de lo contrario, permanecerían relativamente dormidos o serían benignos. La consecuencia no es solamente que niños y hombres aprendan a utilizar selectivamente la violencia, sino también, a transformar una gama de emociones en ira, la cual ocasionalmente se torna en violencia dirigida hacia sí mismos, como ocurre, por ejemplo, con el abuso de sustancias y las conductas autodestructivas.
Esta tríada de la violencia de los hombres –cada forma de violencia ayudando a crear las otras– ocurre dentro de un ambiente que nutre la violencia: la organización y las demandas de las sociedades patriarcales o dominadas por hombres.
Lo que ha dado a la violencia su arraigo como una forma de hacer negocios, lo que la ha naturalizado como una norma de facto en las relaciones humanas, es la manera en que ha sido articulada en nuestras ideologías y estructuras sociales. Dicho sencillamente, los grupos humanos crean formas auto-perpetuadoras de organización social e ideologías que explican, dan significado, justifican y alimentan estas realidades creadas.
La violencia también es tejida en estas ideologías y estructuras por la sencilla razón de que les ha representado enormes beneficios a grupos particulares: en primer lugar, la violencia (o al menos la amenaza de violencia) ha ayudado a conferir a los hombres (como grupo) una rica gama de privilegios y formas de poder. Si, de hecho, las formas originales de jerarquía y poder sociales son aquéllas que se basan en el sexo, entonces esto formó, hace tiempo, un modelo para todas las formas estructuradas de poder y privilegios que otros disfrutan como resultado de la clase social o el color de la piel, la edad, la religión, la orientación sexual o las capacidades físicas. En tal contexto, la violencia o la amenaza de ésta se convierten en un medio para asegurar el disfrute continuo de privilegios y de ejercicio de poder. Es, a la vez, un resultado y el medio hacia un fin.
1.3.1.2 PERCEPCIÓN DE DERECHO A LOS PRIVILEGIOS
La experiencia individual de un hombre que ejerce violencia puede no girar en torno a su deseo de mantener el poder. Su experiencia consciente no es la clave aquí. Por el contrario, tal como el análisis feminista ha señalado repetidamente, tal violencia es a menudo la consecuencia lógica de la percepción que ese hombre tiene sobre su derecho a ciertos privilegios. Si un hombre golpea a su esposa porque ella no tuvo la cena a tiempo sobre la mesa, no lo hace sólo para asegurar que no vuelva a ocurrir; es también una indicación de que percibe tener el derecho a que alguien le sirva. Otro ejemplo es el hombre que ataca sexualmente a una mujer durante una cita: esto tiene que ver con su percepción del derecho al placer físico, aun cuando ese placer sea enteramente unilateral. En otras palabras, tal como muchas mujeres han señalado, no son sólo las desigualdades de poder que conducen a la violencia, sino una percepción consciente o a menudo inconsciente del derecho a los privilegios.
1.3.1.3 PERMISO
Indiferentemente de las complejas causas sociales y psicológicas de la violencia de los hombres, ésta no prevalecería si no existiera en las costumbres sociales, los códigos legales, la aplicación de la ley y ciertas enseñanzas religiosas, un permiso explícito o tácito para ejercerla. En muchos países, las leyes sobre la violencia contra las esposas o la violencia sexual son relajadas o inexistentes; en muchos otros, las leyes apenas son aplicadas; y en otros más hay leyes absurdas, como en los países donde una denuncia de violación sólo puede ser perseguida si existen varios testigos masculinos o donde no se toma en cuenta el testimonio de la mujer.
En tanto, los actos de violencia de los hombres o la agresión violenta (en este caso, usualmente contra otros hombres) son celebrados en los deportes y el cine, en la literatura y la guerra. La violencia no sólo es permitida; también se glamoriza y se recompensa. La raíz histórica misma de las sociedades patriarcales es el uso de la violencia como un medio clave para resolver disputas y diferencias, ya sea entre individuos, grupos de hombres o, más tarde, naciones.
1.3.1.4 PARADOJA DEL PODER DE LOS HOMBRES
Aquí necesitamos revisar las paradojas del poder de los hombres o lo que yo he denominado “las experiencias contradictorias del poder entre los hombres".
Las formas en que los hombres hemos construido nuestro poder social e individual son, paradójicamente, la fuente de una fuerte dosis de temor, aislamiento y dolor para nosotros mismos. Si el poder se construye como una capacidad para dominar y controlar, si la capacidad de actuar en formas "poderosas" requiere de la construcción de una armadura personal y de una temerosa distancia respecto de otros, si el mundo mismo del poder y los privilegios nos aparta del mundo de la crianza infantil y el sustento emocional, entonces estamos creando hombres cuya propia experiencia del poder está plagada de problemas incapacitantes.
Esto ocurre particularmente porque las expectativas interiorizadas de la masculinidad son en sí mismas imposibles de satisfacer o alcanzar. Éste bien podría ser un problema inherente al patriarcado, pero parece ser especialmente cierto en una era y en culturas donde los rígidos límites de género han sido derribados. Ya se trate de logros físicos o financieros, o de la supresión de una gama de emociones y necesidades humanas, los imperativos de la hombría (en contraposición a las simples certezas de la masculinidad biológica) parecen requerir de vigilancia y trabajo constantes, especialmente para los hombres más jóvenes.
Las inseguridades personales conferidas por la incapacidad de pasar la prueba de la hombría, o simplemente la amenaza del fracaso, son suficientes para llevar a muchos hombres, en particular cuando son jóvenes, a un abismo de temor, aislamiento, ira, autocastigo, autorrepudio y agresión.
Dentro de tal estado emocional, la violencia se convierte en un mecanismo compensatorio. Es la forma de reestablecer el equilibrio masculino, de afirmarse a sí mismo y afirmarles a otros las credenciales masculinas de uno. Esta expresión de violencia usualmente incluye la selección de un blanco que sea físicamente más débil o más vulnerable. Podría ser un niño, una niña o una mujer, o bien grupos sociales como hombres homosexuales, o una minoría religiosa o social, o inmigrantes, quienes son blancos fáciles de la inseguridad y la ira de hombres individuales, especialmente debido a que tales grupos a menudo no han recibido protección legal adecuada. (Este mecanismo compensatorio está claramente indicado, por ejemplo, en la mayoría de ataques a homosexuales cometidos por grupos de hombres jóvenes en un periodo de sus vidas en que experimentan el mayor grado de inseguridad respecto a pasar la prueba de la hombría.)
Lo que permite la violencia como un mecanismo compensatorio individual ha sido una amplia aceptación de ésta como un medio para solucionar diferencias y afirmar el poder y el control. La han posible el poder y los privilegios que los hombres han gozado, lo codificado en las creencias, las prácticas, las estructuras sociales y las leyes.
La violencia de los hombres en sus múltiples formas es, entonces, el resultado tanto del poder de los hombres como de la percepción de su derecho a los privilegios, el permiso para ciertas formas de violencia y el temor (o la certeza) de no tener poder.
1.3.1.5 PSIQUIS DE LA PERSONALIDAD
La violencia de los hombres es también el resultado de una estructura de carácter típicamente basada en la distancia emocional respecto de otros. Tal como muchas personas hemos sugerido, las estructuras psíquicas de la masculinidad son creadas en tempranas pautas de crianza que a menudo son tipificadas por la ausencia del padre y de hombres adultos — o, al menos, por la distancia emocional de los hombres. En este caso, la masculinidad es codificada por la ausencia y construida al nivel de la fantasía. Pero aun en aquellas culturas patriarcales donde la presencia del padre es mayor, la masculinidad es codificada como un rechazo a la madre y a la feminidad, es decir, un rechazo a las cualidades asociadas con los cuidados y el sustento emocional. Según han hecho notar varias psicoanalistas feministas, esto crea rígidas barreras del ego o, en términos metafóricos, una fuerte armadura.
El resultado de este complejo y particular proceso de desarrollo psicológico es una habilidad disminuida para la empatía (la experiencia de lo que otras personas están sintiendo) y una incapacidad para experimentar las necesidades y los sentimientos de otras personas como algo necesariamente relacionado a los propios. Los actos de violencia contra otra persona son, por tanto,4 posibles. ¿Cuán frecuentemente escuchamos a un hombre decir que él “realmente no lastimó” a la mujer a quien golpeó? Sí, él se está justificando, pero parte del problema es que puede no experimentar realmente el dolor que está provocando. ¿Cuán a menudo escuchamos a un hombre decir “ella quería tener sexo”? De nuevo, puede estar justificándose, pero esto también podría ser un reflejo de su disminuida capacidad para leer y comprender los sentimientos de otra persona.
1.3.1.6 PRESIÓN DE LA MASCULINIDAD
Muchas de nuestras formas dominantes de masculinidad dependen de la interiorización de una gama de emociones y su transformación en ira. No  se trata sólo de que el lenguaje de las emociones de los hombres sea frecuentemente mudo o que nuestras antenas emocionales y nuestra capacidad para la empatía estén un tanto truncadas. Ocurre también que numerosas emociones naturales han sido descartadas como fuera de límites e inválidas. Aunque esto tiene una especificidad cultural, es bastante típico que los niños aprendan, a una temprana edad, a reprimir sentimientos de temor y dolor. En el campo de los deportes enseñamos a los niños a ignorar el dolor. En casa les decimos que no lloren y que actúen como hombres. Algunas culturas celebran una masculinidad estoica. (Y debo enfatizar que los niños aprenden todo esto para sobrevivir: de ahí la importancia de que no culpemos al niño o al hombre individual por los orígenes de sus conductas actuales, aun cuando, a la vez, le responsabilicemos por sus actos.)
Por supuesto, como humanos seguimos experimentando incidentes que provocan una respuesta emocional. Pero los mecanismos usuales de la respuesta emocional, desde la vivencia real de una emoción hasta la expresión de los sentimientos, sufren un corto circuito a variados grados entre muchos hombres. Sin embargo, de nuevo para muchos hombres, la única emoción que goza de alguna validación es la ira. El resultado es que una gama de emociones es canalizada en la ira. Aunque tal canalización no es exclusiva de los hombres (ni es el caso para todos los hombres), en algunos no son inusuales las respuestas violentas ante el temor y el sufrimiento, ante la inseguridad y el dolor, ante el rechazo y el menosprecio.
Esto es particularmente cierto cuando el sentimiento producido es el de no tener poder. Tal sentimiento sólo exacerba las inseguridades masculinas: si la masculinidad es una cuestión de poder y control, no ser poderoso significa no ser hombre. De nuevo, la violencia se convierte en el medio para probar lo contrario ante sí mismo y ante otros.
1.3.1.7 PASADAS EXPERIENCIAS
Para algunos hombres, todo esto se combina con experiencias más flagrantes. Demasiados hombres en el mundo crecieron en hogares donde la madre era golpeada por el padre. Crecieron presenciando conductas violentas hacia las mujeres como la norma, como la manera de vivir la vida. Para algunos, esto tiene como consecuencia una repulsión hacia la violencia, mientras en otros produce una respuesta aprendida. En muchos casos ocurren ambas cosas: hombres que utilizan la violencia contra las mujeres a menudo experimentan un profundo repudio por sí mismos y por sus conductas.
Pero la frase "respuesta aprendida" es casi demasiado simplista. Los estudios han mostrado que niños y niñas que crecen presenciando violencia tienen muchas más probabilidades de actuar violentamente. Tal violencia puede ser una forma de recibir atención; puede ser un mecanismo de manejo, una forma de exteriorizar sentimientos imposibles de manejar. Estos patrones de conducta van más allá de la niñez: muchos de los individuos que terminan en programas para hombres que utilizan la violencia fueron testigos de abusos contra su madre o los sufrieron ellos mismos.
Las experiencias pasadas de muchos hombres también incluyen la violencia que ellos mismos han padecido. En numerosas culturas, aunque los niños pueden tener la mitad de probabilidades de las niñas de experimentar abuso sexual, para ellos es doble la probabilidad de ser objeto de abuso físico. De nuevo, esto no produce un resultado fijo, y tales resultados no son exclusivos de los niños. Pero en algunos casos estas experiencias personales inculcan profundos patrones de confusión y frustración, en los que los niños han aprendido que es posible lastimar a una persona amada y donde sólo las manifestaciones de ira pueden eliminar sentimientos de dolor profundamente arraigados.
Finalmente, está el amplio ámbito de la violencia trivial entre niños que, en la infancia, no parece en absoluto insignificante. En muchas culturas, los niños crecen con experiencias de peleas, de hostigamiento y brutalización. La mera sobrevivencia requiere, para algunos, aceptar e interiorizar la violencia como una norma de conducta
1.3.2 MASCULINIDAD Y SUS PRÁCTICAS DOMINANTES
1.3.3 MICROMACHISMOS
Para poder hacer aclaraciones Bonino explica a un poco a cerca de Poder y Género basándose en los pensamientos de Foucault y en estudios feministas que fueron aplicados en parejas  con o sin hijos; el poder es algo que se ejerce mediante interacciones y que, por lo general,  opresivo.
Ahora se podría preguntar ¿por qué el hombre es el que ejerce el poder? Por una sola y complicada razón: el medio sociopatriarcal en el que vivimos. Desde que es pequeño se le enseña al hombre que por el sólo hecho de ser hombre él tiene derecho de mandar, de dominar siempre. Esto dominio de género se sigue en pie porque la mujer sigue dedicándose solo al trabajo doméstico, no sabes zafarse de lo que por ser género (femenino) les toca: lavar, planchar, cocinar, ver a los hijos, etc. para que la mujer no se sienta tan mal el hombre le hace creer que ella también es dueña de un poder, del poder afectivo, el poder de cuidar a los niños y entender las necesidades del marido antes que este diga algo; pero, ¿será realmente un poder? Estos son los llamados pseudopoderes, utilizados por el hombre para que la mujer “crea” que ella también tiene poder, lo nunca ve la mujer cae en cuenta la mujer es que está haciendo precisamente lo que él quiere que haga a cambio de algún reconocimiento por su eficiencia. Ahora, no se puede negar que existen mujeres dominadas y dominantes otro tanto pasa con los hombres pero se debe reconocer que la dominación mayormente la ejercen los varones. Los micromachismos (mM) son un gran ejemplo de superioridad y dominación masculina.
Aclarando conceptos: Bonino define a los micromachismos como microviolencias o comportamientos invisibles de violencia y dominación dentro de las relaciones de pareja y los clasifica en: coercitivos, encubiertos y de crisis. Aquí se definirá que significa cada uno de ellos y cuáles son los subgrupos que los conforman. Estos micromachismos son utilizados por el hombre con el fin de mantener su posición como “hombre de la casa” para enseñar a la mujer “su” lugar dentro de la misma y para aprovecharse de ella en cuanto a los trabajos domésticos y su cuidado maternal. Lamentablemente pueden pasar muchos años sin que ella se percate de que está siendo abusada y si llega a darse cuenta lo que, por lo general, hará la mujer es conformarse con lo que le toca porque es realmente difícil zafarse de la violencia de género t aquellas mujeres que lo logran son dignas de admirar.
Entonces, ¿qué busca el hombre al ejercer estos mM? Sencillo, el hombre de esta manera reafirma el poder de género que le otorga lo sociedad por el solo hecho de ser hombre, la reafirmación de su identidad masculina y el sometimiento de la mujer volviéndola dependiente e insegura. Los mM pueden parecer normales y cotidianos a simple vista por el mismo tiempo que ha venido desarrollándose; desde que uno es pequeño en el caso de los varones les enseñan que son ellos los que mandan y que existe una enorme diferencia entre ellos y las mujeres: ellas son débiles y llorar, ellos no. Ellos tienen prohibido llorar y sentir. Podría decirse entonces que los mM son resultado de la crianza patriarcal que se les dan a los varones y como no conocen otra cosa incluso los hombres afectivos suelen utilizar este tipo de mM y no necesariamente se dan cuenta de ello, es un poco complicado confrontar al hombre con este tipo de violencia ya que, prácticamente, se está echando abajo toda una vida de enseñanzas y creencias en cuanto al poder del hombre sobre la mujer.
Categorías de los Mm:
Micromachismos coercitivos (directos):
Los varones hacen uso de fuerza: moral, económica o hasta de su propia personalidad, para doblegar a la mujer de manera que esta se sienta desdichada y sin poder de decisión. He aquí algunas características del mM coercitivo:
-          Intimidación: esta consiste en la insinuación del tipo verbal o gestual (una mirada, mostrar la mano empuñada) de que si la mujer no hace lo que el varón quiere algo va a pasar; para que la intimidación se lleve a cabo el varón debe dar alguna muestra de poder abusivo, sexual o económico.
-           Control de dinero: el varón es el que quiere monopolizar el dinero consiguiendo, de esta forma, que la mujer se vuelva dependiente de él; sin reconocerle además lo que vendría a suponer un valor económico a la crianza de los hijos y el trabajo en el hogar.
-           No participación en lo doméstico: se trata de delegar todo el trabajo doméstico a las mujeres. Los varones lo utilizan con el pretexto de que “esas son cosas de mujeres”  y que ellos son los “que llevan el pan a la casa”. La misma excusa manejan los varones que viven en donde la que trabaja es la mujer, dejándole a ella no sólo el trabajo de la casa, sino también el de mantener la misma.
-           Uso expansivo-abusivo del espacio físico y del tiempo para sí: los hombres ocupar siempre, el sillón más cómodo, pasan más tiempo viendo televisión o en la computadora de lo que pasan con sus hijos (si los tuvieran), dejándole a la mujer (¡otra vez!) el trabajo doméstico; además el hombre prefiere, al salir del trabajo, salir con sus amigos, imposibilitando que al mujer haga otra cosa que no sea dedicarse al hogar.
-           Insistencia abusiva: el hombre insiste tanto en algo que la mujer se somete por cansancio y así ya no defiende sus derechos.
-           Imposición de intimidad: cuando el hombre obliga a la mujer a tener intimidad con él.
-           Apelación a la “superioridad” de la “lógica” varonil: el hombre busca siempre tener la razón a la hora de las discusiones, somete de tal manera a la mujer que termina saliéndose con la suya.
-           Toma o abandono repentinos del mando de la situación: el hombre toma las decisiones sin tan siquiera consultar a la mujer, por lo general son decisiones a las que él no puede negarse o decisiones de último minuto.
Micromachismo Encubiertos (de control oculto, indirecto):
Las mujeres no se percatan del abuso cometido en su contra, el varón la obliga a hacer lo que él quiere pero de manera afectiva esto confunde  a la mujer, siente impotencia y culpa
-           Abuso de la capacidad femenina de cuidado: el hombre aprovecha y desgasta la energía de la mujer para beneficio de él, la mujer cumple roles y obligaciones como mamá, esposa, secretaria, etc.; este mM es conocido también como “vampirismo”. Entre los más comunes encontramos:
         Maternalización de la mujer, se trata de convencer a la mujer de que su prioridad es tener hijos y no el desarrollarse como profesional. El hombre dice “seré buen padre” y cuando nace el niño, por lo general, se desatiende de este delegando (una vez más) toda la responsabilidad a la mujer.
         Delegación de trabajo de cuidado de los vínculos y las personas: estos son vínculos muy importantes (hijos, suegros o amigos de familia) pero el varón le deja toda la responsabilidad a la mujer ya que sostiene que todo lo doméstico y lo que tenga que ver con conexiones sentimentales le conciernen solo a ella.
         Requerimientos abusivos solapados: llamados también pedidos “mudos” o implícitos que se dan generalmente cuando el varón se enferma, al delegar el cuidado de los hijos (los de la pareja o los de un primer matrimonio), en las exigencias a la hora de la comida. No hay derecho a reclamos porque con el rol que desempeña él ya “hace bastante”.
-           Creación de falta de intimidad: los hombres de por si tienen dificultad con las relaciones de intimidad pero aparte de ello utilizan trucos que impiden la conexión de la pareja y así no pierden su poder sobre la mujer. Le hace creer a la mujer que él es quien maneja la situación, que decide por ella. La convence de que lo que único que importa es el bienestar de él y que la intimidad es algo secundario. Se consideran los siguientes grupos:
         Silencio: muy al margen del motivo por el cual el hombre prefiere mantenerse callado, esto le da a él un complejo de superioridad sobre la mujer; al no hablar no se siente obligado a dar explicaciones, luego el hombre le niega  la mujer información sobre él y lo que hace. El hombre utiliza monosílabos, da respuestas automáticas, (carentes de afecto) o simplemente se queda en silencio y se molesta por la insistencia de la mujer por abrir paso a la comunicación.
         Aislamiento y puesta de límites: esto suele ponerse en práctica cuando el hombre quiere evitar el contacto con la mujer; el aislamiento se puede dar si el hombre se encierra en algún lugar de la casa o si se ensimisma en sus pensamientos. La puesta de límites consiste en enojarse ante el pedido de la mujer para obtener información; puede ir acompañada de frases como: ¡déjame en paz!, ¡me tienes harto!, etc., estas frases tienen mucha influencia sobre las víctimas del mM. Dentro de este grupo encontramos la siguiente frecuencia: aislamiento-ira con ira-más aislamiento.
         Avaricia de reconocimiento y disponibilidad: en este aspectos los hombres son egocéntricos y no le brindan afecto a las mujeres lo cual hace que las dependientes se vuelvan más dependientes aun. Lo más común aquí es escuchar: “si sabes que te quiero, ¿para qué quieres que te lo diga?”.
         Inclusión evasiva de terceros: los hombres invierten el poco tiempo que disponen en reuniones con amigos o familia, evitando así el momento de intimidad con la mujer.
-           Seudointimidad: el hombre manipula el diálogo para su beneficio:
         Comunicación defensiva-ofensiva, el hombre en vez de comunicarse ataca a la mujer y no da pie a negociaciones.
         Engaños y mentiras, los hombres ocultan la verdad para aprovechar ventajas que de ser descubierto perdería. Suele incumplir promesas, negar lo evidente (infidelidades, a veces); como mentira podemos encontrar: el uso del dinero, excusas por llegar tarde a casa. Todo esto limita a la mujer a un acceso de información igualitario.
-           Desautorización: los hombres creen tener la razón en todo por lo cual tienden a menospreciar y desvalorizar a la mujer. Dentro de este grupo encontramos los siguientes subgrupos:
         Descalificaciones, los hombres vejan las actitudes de la mujer; ridiculizan o le restan importancia a sus opiniones, les dicen cosas tales como: “¡tú exageras!” o “¡tú estás loca!”.
         Negación de lo positivo, la mujer no tiene ningún tipo de reconocimiento o valoración por parte del hombre.
         Colusión de terceros, este es el intento del hombre por desautorizar y someter a la mujer, mediante la alianza con amigos a familiares de ella, sacando a relucir historias o secretos que pueden lastimarla.
         Terrorismo misógino, los hombres tratan a la mujer como objeto, desmeritando sus valor como mujer-persona. Hacen comentarios hirientes o reproches, generalmente en público para paralizarla y que no pueda defenderse.
         Autoalabanzas y autoadjudicaciones, los hombres se creen superiores a las mujeres aun en los quehaceres domésticos; también adquieren objetos mejores que los que tiene la mujer porque ella “no puede cuidarlos” o “no sabe de esas cosas”.
-           Paternalismo: Intento del hombre por aniñar a la mujer, poniéndose el como una imagen paterna (que la va a proteger), él no tolera que la mujer sea independiente y autónoma.
-           Manipulación emocional: el afecto no se utiliza con intensión de intimidad sino como instrumento para seguir manteniendo el control de la relación, el hombre vuelve a la mujer dependiente de él y la vuelve insegura de si misa. Podemos destacar las siguientes manipulaciones:
         Culpabilización–Inocentización, el hombre culpa a la mujer de todo lo que pasa en casa, de lo que le pasa a él e incluso la culpa si ella se molesta por lo que él le hace o porque ella es capaz de disfrutar la compañía de otras personas; mientras tanto él se hace la víctima y así se limpia de toda culpa.
         Dobles mensajes afectivos, esto lo hacen los hombres con fines manipulativos. El hombre transmite mensajes cariñosos con el fin de conseguir algo (seducción manipulativa); también podría decir “si no haces esto por mí, es porque no me quieres” (elección forzosa).
         Enfurruñamiento, son reproches implícitos se notan en la expresión corporal. El ejemplo más común es cuando la mujer sale sola a la calle (esto, de por sí, la hace sentir mal) y él dice “no me importa que salgas sola a la calle” con un evidente fastidio en el rostro.
-           Autoindulgencia y autojustificación: el hombre, para variar le relega todo el trabajo doméstico a la mujer, justificándose siempre (eso no es responsabilidad mía); él no hace las acciones y al no hacerlas está obligando a que ella las haga. Dentro de esta categoría está:
        Hacerse el tonto, pone excusas tales como: “No me di cuenta”, “Quiero cambiar, pero los hombres somos así”, “No tengo tiempo para ocuparme de los niños”, “No puedo controlarme”, “¿para qué quieres que cambie si así me siento bien?”. Podemos identificar otras del tipo “esas son cosas de mujeres” o “yo soy bien hombre”.
         Impericias y olvidos selectivos, como impericias encontramos el hecho de que los hombres se declaren inexpertos en cuestiones domésticas (no saben utilizar la cocina, la lavadora, etc.). Los olvidos colectivos son aquellos que se olviden intencionalmente (olvidar la cita del médico para los niños, no comprar los alimentos, o regalos, etc.).
         Comparaciones ventajosas,  los varones dicen “hay hombres peores que yo”, entonces la mujer no debería quejarse.
         Seudoimplicación doméstica, los hombres hacen el papel de “ayudantes”, escogiendo solo las tareas más fáciles.
         Minusvaloración de los propios errores, mientras que la mujer disculpa los errores y disculpas del hombre a la hora de las actividades domésticas este no puede aceptar margen de error alguno. Tachando a la mujer de inadecuada o exagerada.
Micromachismo de crisis:
 Utilizados por el hombre cuando este empieza a perder control sobre la mujer (cuando ella cambia de actitud, o él ha perdido el empleo y ya no es una fuente de ingreso), son medidas un poco extremas para que la mujer no se vuelva autónoma. El hombre al sentirse perjudicado intensifica los mM antes mencionados con el fin de restablecer su autoridad. Dentro de esta categoría podemos encontrar los siguientes:
-           Hipercontrol, los hombres deben mantener a la mujer ocupada con distintas actividad, por el temor de que la mujer asuma que también tiene poder y lo inferiorice.
-           Seudoapoyo, el hombre promete a la mujer que la ayudará con lo doméstico sin embargo nunca cumple.
-           Resistencia pasiva y distanciamiento, falta de apoyo, conexión (intimidad), conducta al acecho (sin haber tomado la iniciativa dice: “yo lo hubiera hecho mejor”), amenaza o se va con una mujer “más comprensiva”.
-          Rehuir la crítica y la negociación, esto se utiliza cuando la mujer empieza a cansarse de las actitudes del varón, este, a su vez, la culpa a ella: “¡es tu problema!”, “todo estaría bien si no hubieses cambiado”.
-           Promesas y hacer méritos, se da cuando el hombre siente que va a perder a la mujer. Por retenerla modifican su conducta: se ponen románticos, más atentos con ellas, hacen cambios superficiales, reconocen sus errores, etc. hasta que la mujer lo perdona.
-           Victimismo, es cuando el hombre de hace la víctima ante los cambios y “locuras” de la mujer, y acepta (de mala gana) cambiar de actitudes. Cuando no ven satisfacción por la mujer ante sus “intento de cambio” suelen decir: “a ti nada de conforma”.
-           Darse tiempo, este recurso lo utiliza el hombre una vez que la mujer le ha dado el ultimátum. Él trata de ganar tiempo, diciendo cosas como: “ya veremos”, “ya hablaremos”, “voy a pensarlo” o, finalmente, aceptan terapia de pareja pero tratan de postergar las citas todo lo que puedan.
-           Dar lástima,  el hombre busca que la mujer sienta pena por él y ceda. En esta categoría podemos encontrar cosas como: autolesiones, amenazas de suicidio, adicciones, etc. Todo esto con el fin de que la mujer entienda que sin ella el acabará muy mal.

CAPÍTULO II PREVENCIÓN Y ESTRATEGIAS
2.2. Estrategias para terminar con la violencia masculina
Cuestionar la violencia de los hombres requiere de una respuesta articulada que incluya:
- Desafiar y desmantelar las estructuras de poder y privilegios de los hombres y poner fin al permiso cultural y social hacia los actos de violencia. Si aquí es donde la violencia empieza, no podemos erradicarla sin el apoyo de mujeres y hombres al feminismo y a las reformas y transformaciones sociales, políticas, legales y culturales que ello implica.
- Redefinir la masculinidad o, más bien desmantelar las estructuras psíquicas y sociales de género que traen consigo tal peligro. La paradoja del patriarcado es el dolor, la ira, la frustración, el aislamiento y el temor de la mitad de la especie, a la cual le son dados un poder relativo y privilegios.
- Organizar e involucrar a los hombres para que trabajen en cooperación con las mujeres a fin de dar una nueva forma a la organización de género de la sociedad, en particular nuestras instituciones y las relaciones a través de las cuales criamos niños y niñas. Esto requiere de un énfasis mucho mayor en la importancia de los hombres como sustentadores emocionales y cuidadores, plenamente involucrados en la crianza infantil en formas positivas y libres de violencia.
- Trabajar con hombres que ejercen violencia de una forma que simultáneamente cuestione sus percepciones y privilegios patriarcales y llegue a ellos con respeto y compasión. No es necesario que nos guste lo que han hecho para actuar con empatía hacia ellos y sentir horror por los factores que han llevado a un niño a convertirse en un hombre que a veces hace cosas terribles. A través de tal respeto, estos hombres pueden, de hecho, encontrar el espacio para cuestionarse a sí mismos y unos a otros. De lo contrario, el intento por llegar a ellos sólo alimentará sus inseguridades como hombres para quienes la violencia ha sido su compensación tradicional.
2.1. Prevención de violencia masculina

































REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Ramirez, M. Hombres violentos 

Ruiz, C & Blanco, P. La violencia contra las mujeres

Leal, D. Convivir en igualdad

Kaufman, M. (1999) Las siete P's de la violencia de los hombres
Recuperado de: http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2009/01/kaufman-las-siete-ps-de-la-violencia-de-los-hombres-spanish.pdf

Klineberg, O. Psicología Social 2da edición (1969) cfe 

Galtung, J. (1998). Tras la violencia 3R: reconstrucción reconciliación, resolución, afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Bilbao: bakeaz
Corsi, J. (1995). Violencia masculina en la pareja. Barcelona: Paidós
Bonino, L. (1991). Varones y abuso doméstico, P. Sanromán, Salud mental y ley, Madrid, AEN,.



[1] Galtung, Johan (1995) Investigaciones teóricas. Sociedad y Cultura contemporáneas. Madrid: Tecnos
[2] Galtung, Johan. (2003). Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia. Gernika: Bakeaz
[3] Kaufman, M. (1999) Las siete P's de la violencia de los hombres

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