ÍNDICE
CAPITULO I : VIOLENCIA MASCULINA
1. PREJUICIO CONTRA LAS MUJERES
1.1 ESTEREOTIPOS DE GÉNERO
1.2 ACTITUDES DE GÉNERO
2 VIOLENCIA:
2.1 DEFINICIÓN
2.2 SITUACIONES
2.2.1 EN LA PAREJA
2.2.1 EN EL NOVIAZGO
2.2.3 EN LA CONVIVENCIA
2.3 TIPOS DE VIOLENCIA
2.3.1 DOMESTICA
2.3.2 SEXUAL
3. CARACTERÍSTICAS DE LOS HOMBRES VIOLENTOS
3.1 LAS SIETE P's DE LA VIOLENCIA DE LOS HOMBRES
3.1.1 PODER PATRIARCAL
3.1.2 PERCEPCIÓN DE DERECHO A LOS PRIVILEGIOS
3.1.3 PERMISO
3.1.4 PARADOJA DEL PODER DE LOS HOMBRES
3.1.5 PSIQUIS DE LA PERSONALIDAD
3.1.6 PRESIÓN DE LA MASCULINIDAD
3.1.7 PASADAS EXPERIENCIAS
3.2 MASCULINIDAD Y SUS PRACTICAS DOMINANTES
3.3 MICROMACHISMO
CAPÍTULO II : PREVENCIÓN Y ESTRATEGIAS
1. PREVENCIÓN DE VIOLENCIA MASCULINA
2. ESTRATEGIAS PARA TERMINAR CON LA VIOLENCIA MASCULINA
CONCLUSIONES
MARCO TEÓRICO
1.1
PREJUICIO CONTRA LAS MUJERES
El
papel que tradicionalmente han desempeñado hombres y mujeres en nuestra
sociedad viene experimentando una importante y desigual transformación. El
cambio es especialmente visible y significativo en el caso de las mujeres. Su
mayor participación en el mercado laboral; su acceso a todos los niveles
educativos; una mayor presencia en la formación y en la cultura y, en menor
medida, en los ámbitos de poder y toma de decisiones, están generando unos
cambios sociales favorables para el avance de nuestra sociedad hacia la
igualdad de mujeres y hombres; cambios que no hubieran sido posibles sin la
aportación fundamental de los movimientos feministas y sin el esfuerzo de todas
aquellas mujeres que desde el anonimato han trabajado a favor de los derechos
del conjunto de las mujeres.
Sin
embargo, los datos sobre el mercado laboral, la participación sociopolítica, la
realización del trabajo doméstico, la violencia contra las mujeres o la
feminización de la pobreza siguen siendo el reflejo de una sociedad desigual y
muestran la existencia de una jerarquización en las relaciones y la posición
social de los hombres y las mujeres. Esta situación tiene su origen en los
estereotipos y patrones socioculturales de conducta en función del sexo que
asignan a las mujeres la responsabilidad del ámbito doméstico y a los hombres
la del ámbito público, basándose en una muy desigual valoración y
reconocimiento económico y social.
La
falta de concienciación e implicación, la evasión y en ocasiones el rechazo de
los hombres a las cuestiones relacionadas con la igualdad han venido a suponer
un lastre en los avances tanto sociales como personales de las mujeres, de los
hombres y de la sociedad en su conjunto, así como una limitación difícilmente
salvable para las políticas públicas de igualdad.
Existen
razones políticas, ideológicas y éticas que llevan a la sociedad a esperar,
demandar y apoyar que muchos hombres opten por actitudes, posicionamientos y
prácticas más igualitarias. Estas razones tienen que ver con el hecho de que la
igualdad es un valor de convivencia y un derecho humano.
Un
mismo comportamiento es valorado de forma diferenciada partiendo del sexo de su
protagonista. Pero también se educa en potenciar determinadas capacidades de
forma distinta. Se corrige así a un niño “demasiado delicado” ya que se aleja
del modelo de fortaleza que se asigna al estereotipo masculino.
Hay
que tener en cuenta que no se trata de reflexiones conscientes ni creaciones
individuales, sino que son el resultante del proceso de socialización sexista,
que viene a “naturalizar” los estereotipos de género que al ser creados,
compartidos y apoyados por la maquinaria simbólica y estructural de los modelos
dominantes, son invisibilizados.
De
este modo, a través de la socialización sexista, se logra un alto grado de
homogeneidad en cuanto a los comportamientos, inquietudes, sentimientos, formas
de relacionarse o expectativas de futuro. Todo esto configura un entramado
simbólico y funcional de expectativas e imágenes sociales del “deber ser”, que
forma todo un sistema de referencias en el que nos apoyamos para poder
construirnos, ya sea acomodándonos o resistiéndonos.
Este
“deber ser” son los roles de género, que se definen como un conjunto de normas
de comportamiento percibidas, un conjunto de papeles y expectativas, asociados
particular
mente
como masculinas o femeninas, en un grupo o sistema social determinado. De este
modo, a los hombres se les asocia al rol masculino, un rol prestigiado
socialmente y relacionado con el ámbito público. Se espera de ellos que sean
fuertes, activos, independientes, valientes. Mientras, a las mujeres se les
asocia al rol femenino, un rol poco prestigiado y relacionado con el ámbito
privado, las tareas del hogar o el cuidado. Se espera de ellas que sean
sentimentales, pasivas, dependientes, temerosas.
1.1.1 ESTEREOTIPOS DE GÉNERO
El sexo es una categoría asociada a
características biológicas que tienen las personas. De este modo, se establece
la división hembra-macho, unas categorías deterministas que no cambian a través
del tiempo ni de las culturas.
El género, sin embargo, es una categoría
construida social y culturalmente, que viene a definir qué se entiende en cada
sociedad y cultura por femenino y masculino. Por tanto, delimita qué valores, conductas
y expectativas deben ser propias de los hombres y cuáles propias de las mujeres
en ese contexto determinado. Lo femenino y lo masculino se aprende y, por lo
tanto, se puede modificar. El género explicaría en nuestra sociedad las
desigualdades entre los hombres y las mujeres.
A ser hombre o mujer, niño o niña, se
aprende, y esa definición está condicionada incluso antes del nacimiento
(cuando se eligen los nombres, se decoran las habitaciones, se compra la
ropa…). Los seres humanos están obligados a aprender para ser lo que son, y el
aprendizaje de género es una de las más importantes y primeras lecciones que
nos enseñan la familia, la escuela, las distintas religiones y la sociedad en
la que vivimos. Tal es la importancia de este aprendizaje que sobre él se
construyen rasgos fundamentales de la identidad personal. A este proceso de
interiorizar, comprender y aceptar las normas y valores colectivos que rigen la
convivencia, le llamamos socialización. La eficacia de este proceso reside en
que la exigencia de cumplir las mismas es universal (para todas las personas)
pero diferenciada y matizada en base a una concepción sexista de la
construcción social. Así pues, se premia a quienes cumplen las normas
establecidas y se castiga o excluye a quienes no lo hacen.
De este modo, las niñas y los niños son
transformados en mujeres y hombres a través de un proceso de socialización que
se encarga de fomentar las actitudes que se consideran adecuadas para cada
sexo, o bien, de reprimir aquellas que no se ajustan a los roles y estereotipos
establecidos.
Este proceso no afecta por igual a todas
las personas, no se reproducen los modelos exactos, pero se generan pautas de
comportamientos mayoritarios o hegemónicos que tienden a reproducir los
estereotipos atribuidos a lo masculino y femenino.
En la sociedad y la cultura en la que
vivimos, la socialización acarrea unas serias consecuencias para la vida de las
mujeres y los hombres. El sexismo es un limitador natural que reduce las
posibilidades de las personas para desarrollar sus capacidades y, por tanto,
supone un lastre para la libertad individual y colectiva. La socialización
sexista en un sistema patriarcal discrimina y oprime a las mujeres, al mismo
tiempo que limita a los hombres.
1.2
VIOLENCIA
1.2.1 DEFINICIÓN DE VIOLENCIA
La violencia es el tipo de interacción
humana que se manifiesta en aquellas conductas o situaciones que, de forma deliberada,
aprendida o imitada, que provocan o amenazan con hacer daño o sometimiento
grave (físico, sexual o psicológico) a un individuo o una colectividad y que
según Galtung (1995) “los afectan de tal
manera que limitan sus potencialidades presentes o las futuras.”[1]
El elemento esencial en la violencia es
el daño, tanto físico como psicológico. Este puede manifestarse de múltiples
maneras (por ejemplo, los estímulos nocivos de los que depende) y asociado
igualmente, a variadas formas de destrucción: lesiones físicas, humillaciones,
amenazas, rechazo, etc.
Es destacable también el daño (en forma
de desconfianza o miedo) sobre el que se construyen las relaciones
interpersonales, pues está en el origen de los problemas en las relaciones
grupales, bajo formas como la polarización, el resentimiento, el odio, etc.,
que, a su vez, perjudica las redes sociales y de comunidad.
Otro aspecto de la violencia que hay que
tener en cuenta es que no necesariamente se trata de algo consumado y
confirmado; la violencia puede manifestarse también como una amenaza sostenida
y duradera, causante de daños psicológicos quienes la padecen y con repercusiones
negativas en la sociedad.
En otro orden de cosas, cuando la
violencia es la expresión contingente de algún conflicto social puede darse de
manera espontánea, sin una planificación previa minuciosa.
La violencia puede además ser justa o
injusta; legítima o ilegítima; encubierta o abierta; estructural o individual.
Es un comportamiento deliberado, que
provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres, y se
asocia, aunque no necesariamente, con la agresión física, ya que también puede
ser psicológica, emocional o política, a través de amenazas, ofensas o
acciones. Algunas formas de violencia son sancionadas por la ley o por la
sociedad, otras son crímenes. Distintas sociedades aplican diversos estándares
en cuanto a las formas de violencia que son o no son aceptadas.
Por norma general, se considera violenta
a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a
quien pese, y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta,
sin ningún ejercicio de la empatía. Todo lo que viola lo razonable es
susceptible de ser catalogado como violento si se impone por la fuerza.
Existen varios tipos de violencia,
incluyendo el abuso físico, el abuso psíquico y el abuso sexual. Sus causas
pueden variar, las cuales dependen de diferentes condiciones, como las
situaciones graves e insoportables en la vida del individuo, la falta de
responsabilidad por parte de los padres, la presión del grupo al que pertenece
el individuo (lo cual es muy común en las escuelas) y el resultado de no poder
distinguir entre la realidad y la fantasía.
Según Galtung (2003) “la violencia es
como un iceberg, de modo que la violencia visible es solo una pequeña parte del
conflicto. Solucionarlo supone actuar en todos los tipos de violencia”[2]
La violencia como fenómeno social se
encuentra ligada a la construcción de la identidad masculina en nuestra
sociedad. Forma parte del proceso de socialización masculina en mucha mayor
medida que en la de las mujeres. Y a pesar de que la violencia física en
nuestra sociedad cada vez tiene menos legitimidad, nos encontramos con que
persiste su utilización por parte de bastantes hombres.
La violencia es utilizada por algunos
hombres contra las mujeres y también, aunque adopte otras formas, como medio de
resolver conflictos con otros hombres. En ocasiones, incluso se emplea contra
uno mismo. Así pues, algunos hombres ejercen la violencia por entenderla como
una herramienta eficaz y legítima para resolver los conflictos, pero también la
padecen. Aunque, claro está, la violencia entre hombres no cuenta con los
condicionantes socioculturales con que se define la violencia contra las
mujeres.
1.2.2
Algunos mitos sobre la violencia contra las mujeres
Existen una serie mitos o ideas
deformadas, no probadas y extendidas socialmente en relación a la violencia
machista. Se tiende a pensar que sólo un cierto tipo de hombres abusa de sus
parejas, mientras que la realidad demuestra que no existe un maltratador
típico, y que la edad, la constitución física, la situación social, la religión
o el temperamento, no son factores determinantes Se puede hablar de aquellos
rasgos mayoritarios o más comunes que la mayoría de los estudios aportan sobre
lo que caracterizaría a una parte significativa de los hombres que maltratan.
También se suele afirmar que los
maltratadores son enfermos mentales, pero este factor solo afectaría a una
minoría de ellos2, mientras que está probado que no se da una relación causa
efecto entre la enfermedad mental y la violencia contra las mujeres. A pesar de
que algunos maltratadores consumen alcohol y otras drogas3, esto sólo actúa
como un factor de riesgo y no como justificación o explicación de la violencia.
De hecho, un gran número de hombres violentos atacan a sus parejas cuando están
sobrios. Otro mito tiene que ver con la naturaleza “impulsiva” e incontrolada
de los hombres que ejercen la violencia cuando, en realidad, la mayor parte de
los hombres que abusan de sus parejas no son violentos en otros ámbitos de su
vida. Es más, un porcentaje amplio de los hombres maltratadores sólo son
violentos en el ámbito familiar4, y presentan la tendencia de considerar que la
violencia es legítima a la hora de resolver los conflictos.
La cultura de la desigualdad entre
mujeres y hombres está directamente relacionada con el control de la otra
persona que ejercen los hombres maltratadores.
Otros factores de riesgo son
determinados rasgos psicosociales que presentan algunos hombres, como las
dificultades para enfrentar situaciones conflictivas de forma adecuada, sobre
todo cuando son de índole personal, o tener poca o nula capacidad para
comunicar sus sentimientos y hablar de sus problemas afectivos. El
autoritarismo también tiende a ocultar una fuerte inseguridad personal y su
correspondiente dependencia emocional, así como a desarrollar actitudes de
control, vigilancia y celos hacia su pareja.
Como señala Rubén Mejía, “la
masculinidad típica es un modelo inalcanzable, una fuente de frustraciones
aislamiento y desconocimiento que lleva al varón a tener que andar
demostrándose, por ejemplo, a través de comportamientos arriesgados o de la
complicidad…Esto ocurre porque se siguen experimentando sentimientos que no se
pueden ni reprimir ni dominar y, a menudo, ni siquiera identificar”.
1.2.2 SITUACIONES
1.2.2.1 EN EL NOVIAZGO
Cuando un hombre encuentra a una mujer,
esconde su machismo y muchas de sus debilidades y problemas, y muestran una
personalidad muy diferente a la que realmente tiene. Para èl, el amor es
adaptarse a los parámetros sociales que tienen que jugar èl mismo y la mujer.
La violencia contra la pareja no empieza
en el momento en que decide golpearla, sino desde que la controla y le miente
para que se convierta en su pareja. Para èl es muy importante que acepte ser
“suya”, porque esto reafirma su masculinidad ante si mismo y ante la sociedad.
La relación llega a un punto en que
tiene que avanzar con las normas sociales, entonces se casan, se unen o se
separan. El casamiento es la transición más grande de la relación. Una vez que
la pareja ha aceptado “ser de él” puede empezar a imponer abiertamente su papel
autoritario. El hombre considera que casarse es su oportunidad para poner en
práctica el padre-jefe de la casa.
El control y dominio se lleva a cabo
para asegurarse que el hombre va a tener el control de la relación, un hombre
es el que tiene dominio, mando, fiscalizar e intervenir para regular las
acciones o conductas de otras personas y de èl mismo.
Constantemente tiene que comprobar que
èl es quien controla y que es hombre.
Este control, se divide en:
-
En primer lugar, el concepto de las tareas y responsabilidades que el
hombre espera de ella.
-
El segundo, es hacerle saber a la mujer lo que èl espera de ella.
-
La tercera, el control es coercionar a la mujer.
La autoridad va unida a su deseo de
controlar. Necesita tenerlo, tiene como fin asegurarse de que la pareja será
“una buena mujer”. El objetivo no es solo una forma de crearse una imagen de sì
mismo, sino usar también los recursos de la mujer.
Cuando el hombre se cree la autoridad
tiene que ser violento y denigrar a la mujer para mantenerse como superior.
El objetivo final es usar los recursos
físicos, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales de la mujer para
probarse que es superior y a la vez esquivar tareas que no quiere hacer.
Necesita asegurarse de obtener
beneficios de esa posición y esto lo hace al obtener servicios de su pareja.
Son actos que la mujer realiza para satisfacer las asignaciones que el hombre
le impone. Pues la ejecución de sus órdenes refuerza su creencia de
superioridad.
- Primer servicio: confirmar que el
hombre es la autoridad y ella es subordinada.
- Segundo servicio: que el hombre
demanda de su pareja es que sea exclusivamente una posesión de èl. (celos)
- Tercer servicio: la mujer acepta
aportar sus recursos para beneficio del hombre.
Todo organismo necesita aprender y
desarrollar conductas de equilibrio que le permitan sobrevivir en el ambiente.
La masculinidad es entonces un mecanismo de regulación social que ignora las
necesidades del individuo y de su medio ambiente.
Cuando la mujer intenta separarse del
hombre violento, es cuando más riesgo corre. El hombre solo sabe ser
competitivo, y cuando tiene que relacionarse de otra manera no sabe qué hacer.
Es así cuando el hombre gasta toda su
energía tratando de poner en práctica las expectativas sociales de
superioridad, pero termina suprimiendo sus reguladores ecológicos.
El riesgo fatal es el momento en que su
superioridad ya no le funciona y se encuentra en una situación desesperada y
cree estar al borde de la muerte.
En primer lugar pierde su identidad, que
está basada en la capacidad de controlar a su pareja. En ese momento el hombre
siente que tiene que luchar para recuperar su identidad de superior, su supervivencia
y control, y lo hace de manera violenta.
El riesgo fatal no es solo una idea. El
cuerpo responde como si el hombre se encontrara en una situación totalmente
desesperada, ante todas estas señales el hombre puede detenerse y tomar la
decisión de no ser violento.
1.2.2.3
EN LA CONVIVENCIA
Para ser violento, el hombre tiene que
acercarse a la mujer, y esto ya es violencia. Existen dos formas; la de
contacto directo y violencia alrededor.
Contacto directo: desde tocar a la
pareja, escupirla, echarle agua, golpearla, empujarla, jalarla, dispararle,
etc.
Violencia alrededor: consiste en hacer
algo cerca de la pareja para amenazarla.
Una vez que utiliza la violencia pata
doblegar a la mujer, comprueba que es superior y detiene su violencia cuando ha
obtenido lo que quería.
Cuando el hombre se cree la autoridad
tiene que ser violento y denigrar a la mujer para mantenerse como superior.
El objetivo final es usar los recursos
físicos, intelectuales, emocionales, sociales y espirituales de la mujer para
probarse que es superior y a la vez esquivar tareas que no quiere hacer.
Necesita asegurarse de obtener
beneficios de esa posición y esto lo hace al obtener servicios de su pareja.
Son actos que la mujer realiza para satisfacer las asignaciones que el hombre
le impone. Pues la ejecución de sus órdenes refuerza su creencia de
superioridad.
- Primer servicio: confirmar que el
hombre es la autoridad y ella es subordinada.
- Segundo servicio: que el hombre
demanda de su pareja es que sea exclusivamente una posesión de èl. (celos)
- Tercer servicio: la mujer acepta
aportar sus recursos para beneficio del hombre.
Todo organismo necesita aprender y
desarrollar conductas de equilibrio que le permitan sobrevivir en el ambiente.
La masculinidad es entonces un mecanismo de regulación social que ignora las
necesidades del individuo y de su medio ambiente.
Cuando la mujer intenta separarse del
hombre violento, es cuando más riesgo corre. El hombre solo sabe ser
competitivo, y cuando tiene que relacionarse de otra manera no sabe qué hacer.
Es así cuando el hombre gasta toda su
energía tratando de poner en práctica las expectativas sociales de
superioridad, pero termina suprimiendo sus reguladores ecológicos.
El riesgo fatal es el momento en que su
superioridad ya no le funciona y se encuentra en una situación desesperada y
cree estar al borde de la muerte.
En primer lugar pierde su identidad, que
está basada en la capacidad de controlar a su pareja. En ese momento el hombre
siente que tiene que luchar para recuperar su identidad de superior, su
supervivencia y control, y lo hace de manera violenta.
El riesgo fatal no es solo una idea. El
cuerpo responde como si el hombre se encontrara en una situación totalmente
desesperada, ante todas estas señales el hombre puede detenerse y tomar la
decisión de no ser violento.
1.2.3 TIPOS DE VIOLENCIA
1.2.3.1 DOMÉSTICA
1. 2.3.2 SEXUAL
1.3.
CARACTERÍSTICAS DE LOS HOMBRES VIOLENTOS
1.3.1
LAS SIETE P's DE LA VIOLENCIA DE LOS HOMBRES
1.3.1.1
PODER PATRIARCAL
Los
actos individuales de violencia de los hombres ocurren dentro de lo que Kaufman,
M. (1999) describe como "la tríada de la violencia de los hombres"[3].
La violencia de los hombres contra las mujeres no ocurre en aislamiento, sino
que está vinculada a la violencia de los hombres contra otros hombres y a la interiorización
de la violencia; es decir, la violencia de un hombre contra sí mismo. De hecho,
las sociedades dominadas por hombres no se basan solamente en una jerarquía de
hombres sobre las mujeres, sino de algunos hombres sobre otros hombres. La
violencia o la amenaza de violencia entre hombres es un mecanismo utilizado desde
la niñez para establecer ese orden jerárquico.
Un
resultado de ello es que los hombres "interiorizan" la violencia — o
quizás sea que las demandas de la sociedad patriarcal estimulan instintos biológicos
que, de lo contrario, permanecerían relativamente dormidos o serían benignos.
La consecuencia no es solamente que niños y hombres aprendan a utilizar
selectivamente la violencia, sino también, a transformar una gama de emociones
en ira, la cual ocasionalmente se torna en violencia dirigida hacia sí mismos,
como ocurre, por ejemplo, con el abuso de sustancias y las conductas autodestructivas.
Esta
tríada de la violencia de los hombres –cada forma de violencia ayudando a crear
las otras– ocurre dentro de un ambiente que nutre la violencia: la organización
y las demandas de las sociedades patriarcales o dominadas por hombres.
Lo
que ha dado a la violencia su arraigo como una forma de hacer negocios, lo que
la ha naturalizado como una norma de facto en las relaciones humanas, es la
manera en que ha sido articulada en nuestras ideologías y estructuras sociales.
Dicho sencillamente, los grupos humanos crean formas auto-perpetuadoras de
organización social e ideologías que explican, dan significado, justifican y
alimentan estas realidades creadas.
La
violencia también es tejida en estas ideologías y estructuras por la sencilla
razón de que les ha representado enormes beneficios a grupos particulares: en primer
lugar, la violencia (o al menos la amenaza de violencia) ha ayudado a conferir
a los hombres (como grupo) una rica gama de privilegios y formas de poder. Si,
de hecho, las formas originales de jerarquía y poder sociales son aquéllas que
se basan en el sexo, entonces esto formó, hace tiempo, un modelo para todas las
formas estructuradas de poder y privilegios que otros disfrutan como resultado
de la clase social o el color de la piel, la edad, la religión, la orientación sexual
o las capacidades físicas. En tal contexto, la violencia o la amenaza de ésta
se convierten en un medio para asegurar el disfrute continuo de privilegios y
de ejercicio de poder. Es, a la vez, un resultado y el medio hacia un fin.
1.3.1.2
PERCEPCIÓN DE DERECHO A LOS PRIVILEGIOS
La
experiencia individual de un hombre que ejerce violencia puede no girar en
torno a su deseo de mantener el poder. Su experiencia consciente no es la clave
aquí. Por el contrario, tal como el análisis feminista ha señalado repetidamente,
tal violencia es a menudo la consecuencia lógica de la percepción que ese
hombre tiene sobre su derecho a ciertos privilegios. Si un hombre golpea a su esposa
porque ella no tuvo la cena a tiempo sobre la mesa, no lo hace sólo para
asegurar que no vuelva a ocurrir; es también una indicación de que percibe tener
el derecho a que alguien le sirva. Otro ejemplo es el hombre que ataca
sexualmente a una mujer durante una cita: esto tiene que ver con su percepción
del derecho al placer físico, aun cuando ese placer sea enteramente unilateral.
En otras palabras, tal como muchas mujeres han señalado, no son sólo las desigualdades
de poder que conducen a la violencia, sino una percepción consciente o a menudo
inconsciente del derecho a los privilegios.
1.3.1.3
PERMISO
Indiferentemente
de las complejas causas sociales y psicológicas de la violencia de los hombres,
ésta no prevalecería si no existiera en las costumbres sociales, los códigos legales,
la aplicación de la ley y ciertas enseñanzas religiosas, un permiso explícito o
tácito para ejercerla. En muchos países, las leyes sobre la violencia contra
las esposas o la violencia sexual son relajadas o inexistentes; en muchos otros,
las leyes apenas son aplicadas; y en otros más hay leyes absurdas, como en los
países donde una denuncia de violación sólo puede ser perseguida si existen
varios testigos masculinos o donde no se toma en cuenta el testimonio de la
mujer.
En
tanto, los actos de violencia de los hombres o la agresión violenta (en este
caso, usualmente contra otros hombres) son celebrados en los deportes y el cine,
en la literatura y la guerra. La violencia no sólo es permitida; también se
glamoriza y se recompensa. La raíz histórica misma de las sociedades
patriarcales es el uso de la violencia como un medio clave para resolver
disputas y diferencias, ya sea entre individuos, grupos de hombres o, más
tarde, naciones.
1.3.1.4
PARADOJA DEL PODER DE LOS HOMBRES
Aquí necesitamos revisar las paradojas
del poder de los hombres o lo que yo he denominado “las experiencias contradictorias
del poder entre los hombres".
Las formas en que los hombres hemos
construido nuestro poder social e individual son, paradójicamente, la fuente de
una fuerte dosis de temor, aislamiento y dolor para nosotros mismos. Si el
poder se construye como una capacidad para dominar y controlar, si la capacidad
de actuar en formas "poderosas" requiere de la construcción de una
armadura personal y de una temerosa distancia respecto de otros, si el mundo
mismo del poder y los privilegios nos aparta del mundo de la crianza infantil y
el sustento emocional, entonces estamos creando hombres cuya propia experiencia
del poder está plagada de problemas incapacitantes.
Esto ocurre particularmente porque las
expectativas interiorizadas de la masculinidad son en sí mismas imposibles de
satisfacer o alcanzar. Éste bien podría ser un problema inherente al
patriarcado, pero parece ser especialmente cierto en una era y en culturas
donde los rígidos límites de género han sido derribados. Ya se trate de logros
físicos o financieros, o de la supresión de una gama de emociones y necesidades
humanas, los imperativos de la hombría (en contraposición a las simples certezas
de la masculinidad biológica) parecen requerir de vigilancia y trabajo
constantes, especialmente para los hombres más jóvenes.
Las inseguridades personales conferidas
por la incapacidad de pasar la prueba de la hombría, o simplemente la amenaza
del fracaso, son suficientes para llevar a muchos hombres, en particular cuando
son jóvenes, a un abismo de temor, aislamiento, ira, autocastigo, autorrepudio
y agresión.
Dentro de tal estado emocional, la
violencia se convierte en un mecanismo compensatorio. Es la forma de reestablecer
el equilibrio masculino, de afirmarse a sí mismo y afirmarles a otros las credenciales
masculinas de uno. Esta expresión de violencia usualmente incluye la selección
de un blanco que sea físicamente más débil o más vulnerable. Podría ser un
niño, una niña o una mujer, o bien grupos sociales como hombres homosexuales, o
una minoría religiosa o social, o inmigrantes, quienes son blancos fáciles de
la inseguridad y la ira de hombres individuales, especialmente debido a que
tales grupos a menudo no han recibido protección legal adecuada. (Este mecanismo
compensatorio está claramente indicado, por ejemplo, en la mayoría de ataques a
homosexuales cometidos por grupos de hombres jóvenes en un periodo de sus vidas
en que experimentan el mayor grado de inseguridad respecto a pasar la prueba de
la hombría.)
Lo que permite la violencia como un
mecanismo compensatorio individual ha sido una amplia aceptación de ésta como
un medio para solucionar diferencias y afirmar el poder y el control. La han posible
el poder y los privilegios que los hombres han gozado, lo codificado en las
creencias, las prácticas, las estructuras sociales y las leyes.
La violencia de los hombres en sus
múltiples formas es, entonces, el resultado tanto del poder de los hombres como
de la percepción de su derecho a los privilegios, el permiso para ciertas
formas de violencia y el temor (o la certeza) de no tener poder.
1.3.1.5
PSIQUIS DE LA PERSONALIDAD
La
violencia de los hombres es también el resultado de una estructura de carácter
típicamente basada en la distancia emocional respecto de otros. Tal como muchas
personas hemos sugerido, las estructuras psíquicas de la masculinidad son
creadas en tempranas pautas de crianza que a menudo son tipificadas por la ausencia
del padre y de hombres adultos — o, al menos, por la distancia emocional de los
hombres. En este caso, la masculinidad es codificada por la ausencia y
construida al nivel de la fantasía. Pero aun en aquellas culturas patriarcales
donde la presencia del padre es mayor, la masculinidad es codificada como un
rechazo a la madre y a la feminidad, es decir, un rechazo a las cualidades
asociadas con los cuidados y el sustento emocional. Según han hecho notar
varias psicoanalistas feministas, esto crea rígidas barreras del ego o, en términos
metafóricos, una fuerte armadura.
El
resultado de este complejo y particular proceso de desarrollo psicológico es
una habilidad disminuida para la empatía (la experiencia de lo que otras
personas están sintiendo) y una incapacidad para experimentar las necesidades y
los sentimientos de otras personas como algo necesariamente relacionado a los
propios. Los actos de violencia contra otra persona son, por tanto,4 posibles.
¿Cuán frecuentemente escuchamos a un hombre decir que él “realmente no lastimó”
a la mujer a quien golpeó? Sí, él se está justificando, pero parte del problema
es que puede no experimentar realmente el dolor que está provocando. ¿Cuán a
menudo escuchamos a un hombre decir “ella quería tener sexo”? De nuevo, puede
estar justificándose, pero esto también podría ser un reflejo de su disminuida
capacidad para leer y comprender los sentimientos de otra persona.
1.3.1.6
PRESIÓN DE LA MASCULINIDAD
Muchas
de nuestras formas dominantes de masculinidad dependen de la interiorización de
una gama de emociones y su transformación en ira. No se trata sólo de que el lenguaje de las
emociones de los hombres sea frecuentemente mudo o que nuestras antenas emocionales
y nuestra capacidad para la empatía estén un tanto truncadas. Ocurre también
que numerosas emociones naturales han sido descartadas como fuera de límites e
inválidas. Aunque esto tiene una especificidad cultural, es bastante típico que
los niños aprendan, a una temprana edad, a reprimir sentimientos de temor y dolor.
En el campo de los deportes enseñamos a los niños a ignorar el dolor. En casa
les decimos que no lloren y que actúen como hombres. Algunas culturas celebran
una masculinidad estoica. (Y debo enfatizar que los niños aprenden todo esto
para sobrevivir: de ahí la importancia de que no culpemos al niño o al hombre
individual por los orígenes de sus conductas actuales, aun cuando, a la vez, le
responsabilicemos por sus actos.)
Por
supuesto, como humanos seguimos experimentando incidentes que provocan una respuesta
emocional. Pero los mecanismos usuales de la respuesta emocional, desde la
vivencia real de una emoción hasta la expresión de los sentimientos, sufren un
corto circuito a variados grados entre muchos hombres. Sin embargo, de nuevo
para muchos hombres, la única emoción que goza de alguna validación es la ira.
El resultado es que una gama de emociones es canalizada en la ira. Aunque tal
canalización no es exclusiva de los hombres (ni es el caso para todos los
hombres), en algunos no son inusuales las respuestas violentas ante el temor y
el sufrimiento, ante la inseguridad y el dolor, ante el rechazo y el
menosprecio.
Esto
es particularmente cierto cuando el sentimiento producido es el de no tener
poder. Tal sentimiento sólo exacerba las inseguridades masculinas: si la masculinidad
es una cuestión de poder y control, no ser poderoso significa no ser hombre. De
nuevo, la violencia se convierte en el medio para probar lo contrario ante sí
mismo y ante otros.
1.3.1.7
PASADAS EXPERIENCIAS
Para
algunos hombres, todo esto se combina con experiencias más flagrantes.
Demasiados hombres en el mundo crecieron en hogares donde la madre era golpeada
por el padre. Crecieron presenciando conductas violentas hacia las mujeres como
la norma, como la manera de vivir la vida. Para algunos, esto tiene como
consecuencia una repulsión hacia la violencia, mientras en otros produce una
respuesta aprendida. En muchos casos ocurren ambas cosas: hombres que utilizan
la violencia contra las mujeres a menudo experimentan un profundo repudio por
sí mismos y por sus conductas.
Pero
la frase "respuesta aprendida" es casi demasiado simplista. Los
estudios han mostrado que niños y niñas que crecen presenciando violencia tienen
muchas más probabilidades de actuar violentamente. Tal violencia puede ser una
forma de recibir atención; puede ser un mecanismo de manejo, una forma de
exteriorizar sentimientos imposibles de manejar. Estos patrones de conducta van
más allá de la niñez: muchos de los individuos que terminan en programas para
hombres que utilizan la violencia fueron testigos de abusos contra su madre o
los sufrieron ellos mismos.
Las
experiencias pasadas de muchos hombres también incluyen la violencia que ellos
mismos han padecido. En numerosas culturas, aunque los niños pueden tener la
mitad de probabilidades de las niñas de experimentar abuso sexual, para ellos
es doble la probabilidad de ser objeto de abuso físico. De nuevo, esto no produce
un resultado fijo, y tales resultados no son exclusivos de los niños. Pero en algunos
casos estas experiencias personales inculcan profundos patrones de confusión y frustración,
en los que los niños han aprendido que es posible lastimar a una persona amada
y donde sólo las manifestaciones de ira pueden eliminar sentimientos de dolor
profundamente arraigados.
Finalmente,
está el amplio ámbito de la violencia trivial entre niños que, en la infancia,
no parece en absoluto insignificante. En muchas culturas, los niños crecen con
experiencias de peleas, de hostigamiento y brutalización. La mera sobrevivencia
requiere, para algunos, aceptar e interiorizar la violencia como una norma de conducta
1.3.2
MASCULINIDAD Y SUS PRÁCTICAS DOMINANTES
1.3.3
MICROMACHISMOS
Para
poder hacer aclaraciones Bonino explica a un poco a cerca de Poder y Género
basándose en los pensamientos de Foucault y en estudios feministas que fueron
aplicados en parejas con o sin hijos; el
poder es algo que se ejerce mediante interacciones y que, por lo general, opresivo.
Ahora
se podría preguntar ¿por qué el hombre es el que ejerce el poder? Por una sola
y complicada razón: el medio sociopatriarcal en el que vivimos. Desde que es
pequeño se le enseña al hombre que por el sólo hecho de ser hombre él tiene
derecho de mandar, de dominar siempre. Esto dominio de género se sigue en pie
porque la mujer sigue dedicándose solo al trabajo doméstico, no sabes zafarse
de lo que por ser género (femenino) les toca: lavar, planchar, cocinar, ver a
los hijos, etc. para que la mujer no se sienta tan mal el hombre le hace creer
que ella también es dueña de un poder, del poder afectivo, el poder de cuidar a
los niños y entender las necesidades del marido antes que este diga algo; pero,
¿será realmente un poder? Estos son los llamados pseudopoderes, utilizados por
el hombre para que la mujer “crea” que ella también tiene poder, lo nunca ve la
mujer cae en cuenta la mujer es que está haciendo precisamente lo que él quiere
que haga a cambio de algún reconocimiento por su eficiencia. Ahora, no se puede
negar que existen mujeres dominadas y dominantes otro tanto pasa con los
hombres pero se debe reconocer que la dominación mayormente la ejercen los
varones. Los micromachismos (mM) son un gran ejemplo de superioridad y
dominación masculina.
Aclarando
conceptos: Bonino define a los micromachismos como microviolencias o
comportamientos invisibles de violencia y dominación dentro de las relaciones
de pareja y los clasifica en: coercitivos, encubiertos y de crisis. Aquí se
definirá que significa cada uno de ellos y cuáles son los subgrupos que los
conforman. Estos micromachismos son utilizados por el hombre con el fin de
mantener su posición como “hombre de la casa” para enseñar a la mujer “su”
lugar dentro de la misma y para aprovecharse de ella en cuanto a los trabajos
domésticos y su cuidado maternal. Lamentablemente pueden pasar muchos años sin
que ella se percate de que está siendo abusada y si llega a darse cuenta lo
que, por lo general, hará la mujer es conformarse con lo que le toca porque es
realmente difícil zafarse de la violencia de género t aquellas mujeres que lo
logran son dignas de admirar.
Entonces,
¿qué busca el hombre al ejercer estos mM? Sencillo, el hombre de esta manera
reafirma el poder de género que le otorga lo sociedad por el solo hecho de ser
hombre, la reafirmación de su identidad masculina y el sometimiento de la mujer
volviéndola dependiente e insegura. Los mM pueden parecer normales y cotidianos
a simple vista por el mismo tiempo que ha venido desarrollándose; desde que uno
es pequeño en el caso de los varones les enseñan que son ellos los que mandan y
que existe una enorme diferencia entre ellos y las mujeres: ellas son débiles y
llorar, ellos no. Ellos tienen prohibido llorar y sentir. Podría decirse
entonces que los mM son resultado de la crianza patriarcal que se les dan a los
varones y como no conocen otra cosa incluso los hombres afectivos suelen
utilizar este tipo de mM y no necesariamente se dan cuenta de ello, es un poco
complicado confrontar al hombre con este tipo de violencia ya que,
prácticamente, se está echando abajo toda una vida de enseñanzas y creencias en
cuanto al poder del hombre sobre la mujer.
Categorías
de los Mm:
Micromachismos
coercitivos (directos):
Los
varones hacen uso de fuerza: moral, económica o hasta de su propia
personalidad, para doblegar a la mujer de manera que esta se sienta desdichada
y sin poder de decisión. He aquí algunas características del mM coercitivo:
- Intimidación: esta consiste en la
insinuación del tipo verbal o gestual (una mirada, mostrar la mano empuñada) de
que si la mujer no hace lo que el varón quiere algo va a pasar; para que la
intimidación se lleve a cabo el varón debe dar alguna muestra de poder abusivo,
sexual o económico.
- Control de dinero: el varón es el que
quiere monopolizar el dinero consiguiendo, de esta forma, que la mujer se
vuelva dependiente de él; sin reconocerle además lo que vendría a suponer un
valor económico a la crianza de los hijos y el trabajo en el hogar.
- No participación en lo doméstico: se
trata de delegar todo el trabajo doméstico a las mujeres. Los varones lo
utilizan con el pretexto de que “esas son cosas de mujeres” y que ellos son los “que llevan el pan a la
casa”. La misma excusa manejan los varones que viven en donde la que trabaja es
la mujer, dejándole a ella no sólo el trabajo de la casa, sino también el de
mantener la misma.
- Uso expansivo-abusivo del espacio
físico y del tiempo para sí: los hombres ocupar siempre, el sillón más cómodo,
pasan más tiempo viendo televisión o en la computadora de lo que pasan con sus
hijos (si los tuvieran), dejándole a la mujer (¡otra vez!) el trabajo
doméstico; además el hombre prefiere, al salir del trabajo, salir con sus
amigos, imposibilitando que al mujer haga otra cosa que no sea dedicarse al
hogar.
- Insistencia abusiva: el hombre
insiste tanto en algo que la mujer se somete por cansancio y así ya no defiende
sus derechos.
- Imposición de intimidad: cuando el
hombre obliga a la mujer a tener intimidad con él.
- Apelación a la “superioridad” de la
“lógica” varonil: el hombre busca siempre tener la razón a la hora de las
discusiones, somete de tal manera a la mujer que termina saliéndose con la
suya.
- Toma o abandono repentinos del mando
de la situación: el hombre toma las decisiones sin tan siquiera consultar a la
mujer, por lo general son decisiones a las que él no puede negarse o decisiones
de último minuto.
Micromachismo
Encubiertos (de control oculto, indirecto):
Las
mujeres no se percatan del abuso cometido en su contra, el varón la obliga a
hacer lo que él quiere pero de manera afectiva esto confunde a la mujer, siente impotencia y culpa
- Abuso de la capacidad femenina de
cuidado: el hombre aprovecha y desgasta la energía de la mujer para beneficio
de él, la mujer cumple roles y obligaciones como mamá, esposa, secretaria,
etc.; este mM es conocido también como “vampirismo”. Entre los más comunes
encontramos:
Maternalización de la mujer, se trata
de convencer a la mujer de que su prioridad es tener hijos y no el
desarrollarse como profesional. El hombre dice “seré buen padre” y cuando nace
el niño, por lo general, se desatiende de este delegando (una vez más) toda la
responsabilidad a la mujer.
Delegación de trabajo de cuidado de los
vínculos y las personas: estos son vínculos muy importantes (hijos, suegros o
amigos de familia) pero el varón le deja toda la responsabilidad a la mujer ya
que sostiene que todo lo doméstico y lo que tenga que ver con conexiones
sentimentales le conciernen solo a ella.
Requerimientos abusivos solapados:
llamados también pedidos “mudos” o implícitos que se dan generalmente cuando el
varón se enferma, al delegar el cuidado de los hijos (los de la pareja o los de
un primer matrimonio), en las exigencias a la hora de la comida. No hay derecho
a reclamos porque con el rol que desempeña él ya “hace bastante”.
- Creación de falta de intimidad: los
hombres de por si tienen dificultad con las relaciones de intimidad pero aparte
de ello utilizan trucos que impiden la conexión de la pareja y así no pierden
su poder sobre la mujer. Le hace creer a la mujer que él es quien maneja la
situación, que decide por ella. La convence de que lo que único que importa es
el bienestar de él y que la intimidad es algo secundario. Se consideran los
siguientes grupos:
Silencio: muy al margen del motivo por
el cual el hombre prefiere mantenerse callado, esto le da a él un complejo de
superioridad sobre la mujer; al no hablar no se siente obligado a dar
explicaciones, luego el hombre le niega
la mujer información sobre él y lo que hace. El hombre utiliza
monosílabos, da respuestas automáticas, (carentes de afecto) o simplemente se
queda en silencio y se molesta por la insistencia de la mujer por abrir paso a
la comunicación.
Aislamiento y puesta de límites: esto
suele ponerse en práctica cuando el hombre quiere evitar el contacto con la
mujer; el aislamiento se puede dar si el hombre se encierra en algún lugar de
la casa o si se ensimisma en sus pensamientos. La puesta de límites consiste en
enojarse ante el pedido de la mujer para obtener información; puede ir
acompañada de frases como: ¡déjame en paz!, ¡me tienes harto!, etc., estas
frases tienen mucha influencia sobre las víctimas del mM. Dentro de este grupo
encontramos la siguiente frecuencia: aislamiento-ira con ira-más aislamiento.
Avaricia de reconocimiento y
disponibilidad: en este aspectos los hombres son egocéntricos y no le brindan
afecto a las mujeres lo cual hace que las dependientes se vuelvan más
dependientes aun. Lo más común aquí es escuchar: “si sabes que te quiero, ¿para
qué quieres que te lo diga?”.
Inclusión evasiva de terceros: los
hombres invierten el poco tiempo que disponen en reuniones con amigos o
familia, evitando así el momento de intimidad con la mujer.
- Seudointimidad: el hombre manipula el
diálogo para su beneficio:
Comunicación defensiva-ofensiva, el
hombre en vez de comunicarse ataca a la mujer y no da pie a negociaciones.
Engaños y mentiras, los hombres ocultan
la verdad para aprovechar ventajas que de ser descubierto perdería. Suele
incumplir promesas, negar lo evidente (infidelidades, a veces); como mentira
podemos encontrar: el uso del dinero, excusas por llegar tarde a casa. Todo
esto limita a la mujer a un acceso de información igualitario.
- Desautorización: los hombres creen
tener la razón en todo por lo cual tienden a menospreciar y desvalorizar a la
mujer. Dentro de este grupo encontramos los siguientes subgrupos:
Descalificaciones, los hombres vejan
las actitudes de la mujer; ridiculizan o le restan importancia a sus opiniones,
les dicen cosas tales como: “¡tú exageras!” o “¡tú estás loca!”.
Negación de lo positivo, la mujer no
tiene ningún tipo de reconocimiento o valoración por parte del hombre.
Colusión de terceros, este es el
intento del hombre por desautorizar y someter a la mujer, mediante la alianza
con amigos a familiares de ella, sacando a relucir historias o secretos que
pueden lastimarla.
Terrorismo misógino, los hombres tratan
a la mujer como objeto, desmeritando sus valor como mujer-persona. Hacen
comentarios hirientes o reproches, generalmente en público para paralizarla y
que no pueda defenderse.
Autoalabanzas y autoadjudicaciones, los
hombres se creen superiores a las mujeres aun en los quehaceres domésticos;
también adquieren objetos mejores que los que tiene la mujer porque ella “no
puede cuidarlos” o “no sabe de esas cosas”.
- Paternalismo: Intento del hombre por
aniñar a la mujer, poniéndose el como una imagen paterna (que la va a
proteger), él no tolera que la mujer sea independiente y autónoma.
- Manipulación emocional: el afecto no
se utiliza con intensión de intimidad sino como instrumento para seguir
manteniendo el control de la relación, el hombre vuelve a la mujer dependiente
de él y la vuelve insegura de si misa. Podemos destacar las siguientes
manipulaciones:
Culpabilización–Inocentización, el
hombre culpa a la mujer de todo lo que pasa en casa, de lo que le pasa a él e
incluso la culpa si ella se molesta por lo que él le hace o porque ella es
capaz de disfrutar la compañía de otras personas; mientras tanto él se hace la
víctima y así se limpia de toda culpa.
Dobles mensajes afectivos, esto lo
hacen los hombres con fines manipulativos. El hombre transmite mensajes
cariñosos con el fin de conseguir algo (seducción manipulativa); también podría
decir “si no haces esto por mí, es porque no me quieres” (elección forzosa).
Enfurruñamiento, son reproches
implícitos se notan en la expresión corporal. El ejemplo más común es cuando la
mujer sale sola a la calle (esto, de por sí, la hace sentir mal) y él dice “no
me importa que salgas sola a la calle” con un evidente fastidio en el rostro.
- Autoindulgencia y autojustificación:
el hombre, para variar le relega todo el trabajo doméstico a la mujer,
justificándose siempre (eso no es responsabilidad mía); él no hace las acciones
y al no hacerlas está obligando a que ella las haga. Dentro de esta categoría
está:
Hacerse el tonto, pone excusas tales
como: “No me di cuenta”, “Quiero cambiar, pero los hombres somos así”, “No
tengo tiempo para ocuparme de los niños”, “No puedo controlarme”, “¿para qué
quieres que cambie si así me siento bien?”. Podemos identificar otras del tipo
“esas son cosas de mujeres” o “yo soy bien hombre”.
Impericias y olvidos selectivos, como
impericias encontramos el hecho de que los hombres se declaren inexpertos en
cuestiones domésticas (no saben utilizar la cocina, la lavadora, etc.). Los
olvidos colectivos son aquellos que se olviden intencionalmente (olvidar la
cita del médico para los niños, no comprar los alimentos, o regalos, etc.).
Comparaciones ventajosas, los varones dicen “hay hombres peores que
yo”, entonces la mujer no debería quejarse.
Seudoimplicación doméstica, los hombres
hacen el papel de “ayudantes”, escogiendo solo las tareas más fáciles.
Minusvaloración de los propios errores,
mientras que la mujer disculpa los errores y disculpas del hombre a la hora de
las actividades domésticas este no puede aceptar margen de error alguno.
Tachando a la mujer de inadecuada o exagerada.
Micromachismo
de crisis:
Utilizados por el hombre cuando este empieza a
perder control sobre la mujer (cuando ella cambia de actitud, o él ha perdido
el empleo y ya no es una fuente de ingreso), son medidas un poco extremas para
que la mujer no se vuelva autónoma. El hombre al sentirse perjudicado intensifica
los mM antes mencionados con el fin de restablecer su autoridad. Dentro de esta
categoría podemos encontrar los siguientes:
- Hipercontrol, los hombres deben
mantener a la mujer ocupada con distintas actividad, por el temor de que la
mujer asuma que también tiene poder y lo inferiorice.
- Seudoapoyo, el hombre promete a la
mujer que la ayudará con lo doméstico sin embargo nunca cumple.
- Resistencia pasiva y distanciamiento,
falta de apoyo, conexión (intimidad), conducta al acecho (sin haber tomado la
iniciativa dice: “yo lo hubiera hecho mejor”), amenaza o se va con una mujer
“más comprensiva”.
- Rehuir la crítica y la negociación,
esto se utiliza cuando la mujer empieza a cansarse de las actitudes del varón,
este, a su vez, la culpa a ella: “¡es tu problema!”, “todo estaría bien si no
hubieses cambiado”.
- Promesas y hacer méritos, se da
cuando el hombre siente que va a perder a la mujer. Por retenerla modifican su
conducta: se ponen románticos, más atentos con ellas, hacen cambios
superficiales, reconocen sus errores, etc. hasta que la mujer lo perdona.
- Victimismo, es cuando el hombre de
hace la víctima ante los cambios y “locuras” de la mujer, y acepta (de mala
gana) cambiar de actitudes. Cuando no ven satisfacción por la mujer ante sus
“intento de cambio” suelen decir: “a ti nada de conforma”.
- Darse tiempo, este recurso lo utiliza
el hombre una vez que la mujer le ha dado el ultimátum. Él trata de ganar
tiempo, diciendo cosas como: “ya veremos”, “ya hablaremos”, “voy a pensarlo” o,
finalmente, aceptan terapia de pareja pero tratan de postergar las citas todo
lo que puedan.
- Dar lástima, el hombre busca que la mujer sienta pena por
él y ceda. En esta categoría podemos encontrar cosas como: autolesiones,
amenazas de suicidio, adicciones, etc. Todo esto con el fin de que la mujer
entienda que sin ella el acabará muy mal.
CAPÍTULO II PREVENCIÓN Y ESTRATEGIAS
2.2.
Estrategias para terminar con la violencia masculina
Cuestionar
la violencia de los hombres requiere de una respuesta articulada que incluya:
-
Desafiar y desmantelar las estructuras de poder y privilegios de los hombres y
poner fin al permiso cultural y social hacia los actos de violencia. Si aquí es
donde la violencia empieza, no podemos erradicarla sin el apoyo de mujeres y
hombres al feminismo y a las reformas y transformaciones sociales, políticas,
legales y culturales que ello implica.
-
Redefinir la masculinidad o, más bien desmantelar las estructuras psíquicas y
sociales de género que traen consigo tal peligro. La paradoja del patriarcado
es el dolor, la ira, la frustración, el aislamiento y el temor de la mitad de
la especie, a la cual le son dados un poder relativo y privilegios.
-
Organizar e involucrar a los hombres para que trabajen en cooperación con las
mujeres a fin de dar una nueva forma a la organización de género de la sociedad,
en particular nuestras instituciones y las relaciones a través de las cuales
criamos niños y niñas. Esto requiere de un énfasis mucho mayor en la
importancia de los hombres como sustentadores emocionales y cuidadores,
plenamente involucrados en la crianza infantil en formas positivas y libres de violencia.
-
Trabajar con hombres que ejercen violencia de una forma que simultáneamente
cuestione sus percepciones y privilegios patriarcales y llegue a ellos con
respeto y compasión. No es necesario que nos guste lo que han hecho para actuar
con empatía hacia ellos y sentir horror por los factores que han llevado a un
niño a convertirse en un hombre que a veces hace cosas terribles. A través de
tal respeto, estos hombres pueden, de hecho, encontrar el espacio para cuestionarse
a sí mismos y unos a otros. De lo contrario, el intento por llegar a ellos sólo
alimentará sus inseguridades como hombres para quienes la violencia ha sido su
compensación tradicional.
2.1.
Prevención de violencia masculina
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
Ramirez,
M. Hombres violentos
Ruiz,
C & Blanco, P. La violencia contra las mujeres
Leal,
D. Convivir en igualdad
Kaufman,
M. (1999) Las siete P's de la violencia de los hombres
Recuperado
de: http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2009/01/kaufman-las-siete-ps-de-la-violencia-de-los-hombres-spanish.pdf
Klineberg,
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Galtung, J. (1998). Tras la violencia 3R:
reconstrucción reconciliación, resolución, afrontando los efectos visibles e
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Corsi, J. (1995). Violencia masculina en la
pareja. Barcelona: Paidós
Bonino, L. (1991). Varones y abuso doméstico,
P. Sanromán, Salud mental y ley, Madrid, AEN,.
[1] Galtung, Johan (1995) Investigaciones teóricas. Sociedad y Cultura
contemporáneas. Madrid: Tecnos
[2] Galtung, Johan. (2003). Tras la violencia, 3R: reconstrucción,
reconciliación, resolución. Afrontando los efectos visibles e invisibles de la
guerra y la violencia. Gernika: Bakeaz
[3] Kaufman, M. (1999) Las siete P's de la violencia de los hombres
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